El disco de debut de Exo, que en realidad solo es una reedición más formal de su maqueta del año pasado, combina una obsesión y una aparición. Lo de la obsesión está claro: todas las canciones van sobre insectos y, de hecho, he escogido una de las pocas que no exhiben esa línea temática en el título (otras se llaman Ladybug, Butterfly, Mantis…). ¡Si el grupo hasta se ha bautizado así por la palabra exoesqueleto! Su sello, La Vida es un Mus, lo desarrolla bellamente: «Este es un álbum conceptual en el sentido más estricto, una oda a las vidas frágiles de los insectos y al espectro de la muerte, una meditación sobre la impermanencia y la brevedad de nuestro tiempo en la tierra». Vamos, que en realidad no hay tanta diferencia entre nuestro fugaz paso por el mundo y el de las hembras de Dolania americana, cuya vida adulta no llega a los cinco minutos. ¿Y la aparición? En fin, en esta entrevista con See-Saw (a los que, por cierto, les he robado la foto etílica, porque no encuentro más material gráfico de la banda por ningún lado) explican que grabaron la maqueta en unas cintas viejas y deterioradas y el fantasma, como ellas lo llaman, acabó dejando su huella en las canciones, como una distorsión del más allá, como el zumbido benéfico aportado por una avispa de otro mundo.
Exo son un trío de Nueva York al que no conviene confundir con la boy band coreana homónima. Ellas proceden de la escena punk pero se juntaron con el propósito de combinar esa vieja costumbre del guitarreo con otros intereses compartidos, como el ambient o el pop con sintetizadores. Y algo de todo eso hay en Plastic, que empieza potente y tozuda, en una onda que a mí me hace pensar en unos Belly sin refinar, y evoluciona (siendo quienes son, quizá sea mejor decir se metamorfosea) en una coda soñadora y ensimismada con teclados. De hecho, es la última canción propiamente dicha del disco y da paso a lo que era la cara B de la cinta original, una exploración sonora que en algunos momentos parece realmente música de insectos para insectos.