Me da vergüencita ponerme entusiasta con ciertas músicas porque me siento un patético impostor, una gallina que se enfunda la camiseta del corral ajeno, un pulpo que pretende controlar el tráfico en el garaje. Pero, en fin, cuánto me gusta el EP con el que ha debutado en solitario Kiliki, uno de los miembros más destacados del difunto colectivo navarro Chill Mafia. Cuando uno acumula mis abundantes años y las inevitables inercias del gusto que trae la edad, resulta bastante difícil conectar (conectar de verdad, no desde un punto de vista teórico, académico, a menudo falso) con lo contemporáneo: puedo disimularlo, por supuesto, pero la mayoría de canciones urbanas que cato me resultan olímpicamente indiferentes. Y en cambio con los Chillma (aquí, un torpe intento de camuflaje, un disfraz verbal) no me pasaba, y de este Iltze 1 de Kiliki me gustan todos los cortes, los siete, y podría haber elegido cualquiera para la sección. En especial, esa brutalidad de bajos casi industriales de Scroll («voy a scrollear la muerte y me será indiferente»), el poso de funk setentero de La ija de un munipa (eso sí, sufro con los caprichos ortográficos) y la gamberrada mutante de Zerdo (con un sample acelerado de Luis Miguel que me ha tenido estos días escuchando la canción original, de Pino Donaggio, y su itinerario a través de Dusty Springfield y Elvis Presley).
Pero al final voy a colar por aquí la más generalista de todas, Como un fugitivo (la mayúscula inicial es mía), la única en la que Kiliki confía toda la producción a manos ajenas, las de Nueve Desconocidos y Sunny Wright IV. Se trata de una rumba, con un sonido que a mí me transporta a los 80 (de la banda sonora de Flashdance a los autos de choque de Logroño donde me atracaron por primera y única vez) y con ese verso de brillo intergeneracional, claro: «Mi padre es Eskorbuto y mi madre, Las Grecas». El cabezudo Kiliki, como orgulloso enlace entre Mamariga y Caño Roto, casi nada.