Dicen los australianos Eggy que todo su último álbum, el tercero, viene a ser un viaje cinematográfico. En realidad, basta este tema para dar esa idea, y no solo por esa sensación de ir atravesando diferentes geografías, sino también por las referencias musicales que a uno se le van pasando por la cabeza a medida que la canción avanza: se van abriendo cajones en el cerebro de los que salen nombres como Vangelis, Neu!, The Who, Bruce Hornsby, Michael Nyman… Eso en mi mente, porque supongo que a otros oyentes les brotarán otros igualmente variados y quizá igualmente injustificados. Es cierto que se trata del corte más largo del disco, con casi ocho minutazos, pero también que resulta asombrosamente cambiante, como una suite en tres movimientos comprimida en los parámetros de una canción.
Eggy son de Melbourne y demuestran que en Australia no solo existe punk monomaniaco y rock herrumbroso: lo suyo es una especie de pop progresivo, con una tendencia incorregible a lo excéntrico y lo juguetón. A mí me mezclan esos dos conceptos y me resulta muy difícil resistirme. Ellos son conscientes de su condición y han descrito su nuevo disco como «un encuentro entre John Cale, Ennio Morricone y el indie de principios de este siglo», tres ingredientes de los que seguramente también se pueden encontrar trazas en esta canción. Además, han comentado en una entrevista que les entusiasma cantar esos pasajes suyos que parecen rimas de guardería en las salas de hardcore que suelen acoger sus conciertos: «Pillas al público con la guardia baja y ves cómo se transforman sus reacciones a medida que va cambiando el tono de la canción».