Antes de nada, voy a ser sincero: mi familia en pleno parece odiar con todas sus fuerzas esta canción, que mi hija mayor definió en una primera escucha como «espantosa». Y lo entiendo, y lo admito, pero la he seleccionado mediante un avanzado criterio científico al que soy muy aficionado. Me refiero, claro, al canturreo: si una canción se me mete en la cabeza de manera irreversible, arrasando como una bomba nuclear con toda la competencia que hay alrededor, es que algo ahí mola mucho. Es pura ciencia, ya lo ven. Y llevo dos semanas cantando sin redención posible ese bello estribillo que dice «nada nunca es igual, nada nunca distinto».
Son Dreckig, el dúo y matrimonio de Portland (Oregón) que forman David Papi Fimbres y Shana Azúcar Lindbeck. Él tiene ascendencia mexicana y ella es alemana, y en esa combinación se esconde la clave de su sonido, un audaz intento de combinar los universos de la cumbia y el krautrock. Se trata, evidentemente, de sonidos muy alejados, pero tienen la ventaja de ser ambos extremadamente flexibles, elásticos, capaces de adaptarse más o menos a cualquier cosa. La pareja cita entre sus referentes a Kraftwerk y al rey colombiano de la cumbia, Andrés Landero, pasando por Moondog, John Coltrane o los Meridian Brothers, y lo mismo cantan en castellano que en inglés o en alemán (dreckig, por cierto, significa sucio en ese idioma). Su cuarto disco, un EP de cuatro canciones, se abre con este A volver que, en efecto, me vuelve una y otra vez a la cabeza y que, todo hay que decirlo, a mi hija ya no le disgusta tanto. «Nos regresamos y nos vamos viajando y volvemos, llegamos».