Sí, hoy es uno de esos días en los que lo tiro todo. Dudaba entre las dos primeras canciones y, en vez de elegir, he acabado añadiendo una tercera. En total suman siete minutos y medio, así que podéis tomarlo como una canción larga y variada o, depende, como una tortura con final feliz.
Empezamos, de arriba abajo en la foto, con el noise rock de los australianos Voice Imitator. Qué cosa el noise rock, un estilo que se centra en el ruido (obvio), en la agresión, en la repetición, en la tensión, sin el alivio del estribillo melódico, muchas veces evitando también ese subidón instintivo del quiet/loud tan propio de experiencias más amables como el grunge. Podríamos decir que juegan con las expectativas frustradas, con una hosquedad que te niega la felicidad fácil de lo pegadizo para reflejar así todo lo malo del mundo. Y en ese esfuerzo muchas bandas acaban resultando áridas y un poco pesadas, pero no es el caso de Voice Imitator, una especie de supergrupo subterráneo muy hábil a la hora de volver atractivas sus canciones y con un vocalista que puede recordar tanto a Killing Joke como a los Young Gods. De su segundo álbum, recién salido, he elegido este esputo de minuto veinte segundos bellamente titulado Fotografía de móvil tomada desde el asiento del pasajero.
Seguimos con Daufødt, que en noruego quiere decir, en fin, muerto al nacer, así que tampoco contemplan el universo con una amplia sonrisa. Encabezados por la salvaje Annika (haré un esfuerzo y no usaré la palabra valquiria, que leo en tantas piezas sobre ellos… ups…), ganaron un Grammy noruego con su debut, de agresivo punk rock, y en vista del éxito decidieron endurecerse y radicalizarse un poco o un mucho más. En su segundo álbum, su sonido se enrarecía y se distorsionaba para explorar «todos los rincones oscuros imaginables del underground», según lo describía la nota de prensa. Pero ahora vamos ya por el tercero, que parece una especie de síntesis, si es que puede aplicarse un término tan sofisticado a esta apisonadora brutota y despiadada. He elegido uno de los temas más melódicos, titulado (según Google Translate) Solo quiero irme a casa.
Y, quizá para compensar tanta violencia y tanto feísmo, vamos a rematar con una canción irresistible de Hollow Hand, el proyecto del artista británico Max Kinghorn-Mill, un duende del folk psicodélico que en Drinking With Judy adopta un envoltorio más pop que en anteriores entregas. El resultado es una golosina intemporal (o supratemporal, como un batido de los 60, los 70, los 80 y hoy mismo), una joya power pop con barruntos de un mundo más inquietante: son como parpadeos de la imagen que permiten atisbar otra realidad, hasta que ese otro lado del espejo se hace patente en el último tramo.