Iba a empezar diciendo que soy fan de Sonic Youth, pero esa es una frase que siempre me ha dado algo de miedo: me encanta buena parte de su obra (y el álbum Daydream Nation es uno de mis favoritos de los 80, o de mis favoritos en general), pero también es verdad que algunas zonas de su discografía me aturden un poco y procuro eludirlas. El caso es que me gustaban tanto como para haber convertido este blog en efímera revista del corazón a raíz del divorcio de Thurston Moore y Kim Gordon. La actividad en solitario de los miembros del grupo, en cambio, no suele satisfacerme tanto, quizá porque busco en ella ecos sónicos y ellos no están por la labor, pero sí he sentido esa conexión en el nuevo disco de Moore: me recuerda a la vertiente reposada y un poco alucinatoria de la banda, desde su minielepé de debut (tantas veces olvidado y que a mí me gusta mucho) hasta joyas como Schizophrenia (que es mi canción favorita del grupo).
El disco, el noveno que el larguísimo Thurston lanza en solitario, tiene solo siete canciones, con una fuerte coherencia estilística. Son temas lentos, huidizos, entre la realidad y el sueño, con guitarras que merodean en torno a las bases rítmicas pero suelen evitar el ataque frontal de un riff: serpentean, percuten, florecen en pequeñas erupciones, exploran los rincones oscuros, asoman para después esconderse. Es un disco para escucharlo entero, pero este Shadow (como ha apuntado algún fan, cercano pariente melódico de esta canción de la banda madre) es mi corte favorito, aunque veo con sorpresa que es el que menos reproducciones ha acumulado en Spotify. Aquí siempre hemos tenido costumbre de apostar a caballo perdedor.