Es curioso que, de pronto, tengamos álbumes nuevos de los dos fundadores de los míticos Portishead. Por un lado, el tardío debut en solitario de la vocalista, Beth Gibbons, confeccionado con parsimonia y primor a lo largo de una década. Y, por otro, nos cae encima de una manera un poco inesperada el cuarto de Beak>, la banda en la que el multiinstrumentista Geoff Barrow lleva ocupado los últimos quince años, también a su ritmo, que es más ágil pero tampoco exactamente frenético. Supongo que en general se está prestando más atención a Beth, y es lógico, pero lo que a mí me tiene absorbido es el disco de Beak>, y digo absorbido porque su música es de esas que no solo se escuchan, sino que se convierten en un entorno que parece alterar de algún modo tu percepción y tu estado de ánimo.
Hay una manera rápida de definir al trío bristoliano, y yo creo que es reduccionista pero certera: son como colonizadores que llevan la música de los alemanes Can a otros territorios, en su caso la psicodelia británica. En general, suena despectivo y muy feo referir la música de un grupo directamente a otro, pero el caso de Can es tan extraordinario que se pierde esa desagradable idea de mimetismo: el estilo de los alemanes era más que un estilo, era una manera libre y vivificante de entender la música (desde el equilibrio entre instrumentos hasta la estructura de las canciones) que no se puede agotar en una sola banda, y continuar su tarea no es imitarlos sino profundizar en hallazgos que abrían muchas puertas nuevas. En el cuarto de Beak>, Can vuelven a asomar una y otra vez (como he leído por ahí, uno se espera a veces la irrupción vocal de Damo Suzuki), y qué bien que sea así: entre ritmos motóricos, cantos hipnoticos y arreglos ilógicos y mágicos, el disco, concisamente titulado >>>>, te va limpiando de tanta música aburridamente convencional y deja entrever, a su manera velada y penumbrosa, la belleza a la que puede lugar la combinación repetida y paciente de dos o tres instrumentos. Beak> han preferido no sacar sencillos, porque dicen que el disco está concebido como un todo, y voy a serles fiel de alguna manera y me voy a quedar con el primer tema del lote, Strawberry Line, ocho minutazos que arrancan con sobriedad eclesial y tienen una irrupción del ritmo que nos devuelve a los juegos de Portishead con los planos de sonido. Seguro que quien disfrute de estos ocho minutos se queda atrapado por los cuarenta y tres restantes. Ah, el que lanza rayos por los ojos en la portada es Alfie, el añorado perro de Barrow, porque no todo es tan serio en este mundo peculiar.