Y, como colofón del festín, en vez de café, copa y puro, vamos a meternos un buen Solomillo Wellington, ese plato tan loco que envuelve la carne roja en hojaldre. El banquete que se acaba es el de Family Spree Recordings, que en enero anunciaron su cese de actividades tras siete años e incontables dosis de rock and roll: «La gasolina del sello ha sido la pasión, y eso nos ha llevado a tomar, desde el punto de vista de gestión, una decisión errónea detrás de otra», explicaban en su despedida. «En cualquier caso –añadían–, han sido decisiones conscientes desde el más absoluto amauterismo, sin el menor rigor empresarial, a sabiendas de que era la única manera de mantener la frescura y el entusiasmo, y que estas se perderían de inmediato en el momento en que las decisiones estuvieran soportadas en cualquier principio de oportunidad y, en especial, de rentabilidad». El solomillo sangrante en cuestión es su último lanzamiento, el EP de debut de los baracaldeses Solomillo Wellington, una especie de supergrupo alimentado con lindane que junta a Los Retumbes, Kañón (de Campamento Rumano) y, a la voz, Edurne, «la faraona de Baraka».
La verdad es que este va a ser el post más copión de toda la historia del blog, porque la nota de prensa de Family Spree, firmada por Tony DevilDog, es tan buena que me da rabia echarla a perder con mis balbuceantes aportes. «Estás en Barakaldo. El puto centro neurálgico de la margen izquierda de la ría. Epicentro del punk bizkaino desde que uno tiene memoria. Has comido más humo, mierda y polución en tu vida que birras te has tomado. Llevas media vida viendo a los pijos de Bilbao y del Getxo Sound dando por el culo con sus mierdas indies y afterpunk, y copando medios y festis. Te has frito el cerebro en el zulo del Tubo, a pie de escenario en el Mendigo y en la barra del Basterra. Y no entiendes nada de la puta moda actual, de las tendencias musicales en que se amparan y de la sociedad que las ha alumbrado. Y la gente y su postureo te cansa y te cae mal». Así que id poniendo la cara, que ahí va un puñetazo de punk callejero, básico y mosqueón: el EP de Solomillo Wellington dura seis minutos y medio para cuatro temas y me he quedado con el más corto, el tercero, porque me parece un himno ya desde el título. Qué pena no poder escucharlo ya en el Pamparius Punk Rock Club, mi refugio hostelero de Logroño, del que también nos hemos despedido esta misma semana. ¡Demasiado poco bebemos para todo lo que nos pasa!