Ya he contado por aquí alguna vez que suelo asombrarme al mirar el número de seguidores que tienen los artistas en Spotify. Me pasa lo mismo que al aventurar cuánto público tendrá un concierto, que soy muy mal calculador: siempre creo que las cosas que me gustan tendrán mucha más repercusión de la real y hasta me enfado después al comprobar las cifras. Pero con la cantante y guitarrista Abigail Lapell me ocurrió lo contrario: no tenía ni idea de su existencia cuando me fascinó una canción de su último álbum (por si a alguien interesa, una maravillosa versión de una canción de cuna francesa titulada Isabeau) y me quedé pasmado al ver que tenía más de 300.000 oyentes mensuales en la plataforma sueca, un montonazo para mis estándares. Resulta que, en efecto, Abigail es una figura importante y muy premiada dentro de la escena folk canadiense.
No llegué a meter aquella nana como canción de la semana, y me arrepiento cada vez que vuelvo a escucharla, así que ahora me voy a apresurar con lo nuevo de Abigail: se trata de Rattlesnake, segundo adelanto del que será su quinto álbum, un tema «inspirado por la estructura rítmica de las canciones de guardería» en el que «se entretejen fragmentos de saber popular y superstición con una críptica historia de amor». Frente a la desnudez de otras canciones suyas, en esta Serpiente de cascabel está arropada por un bajista, un batería, una violista y diversos palmeros y pateadores de suelo. El resultado es insistente, obsesivo y fascinante, a medio camino entre los espirituales, lo que podríamos llamar stoner folk y una hipnosis casi… africana, por raro que suene esto último.