James Walbourne es algo así como un secreto a voces de la música británica. El guitarrista ha acumulado un currículum en el que aparecen figuras como Ray Davies, The Pogues, Jerry Lee Lewis o Dave Gahan, por citar cuatro de los más ilustres, y desde hace años es el guitarrista de los Pretenders. Muchos, de hecho, lo descubrimos en el concierto de esta banda en el último Azkena, que para mí estuvo entre lo mejor del año: el tipo rockeó con tal garra y tan sobrado que no quedaba otro remedio que citarlo en las crónicas, algo que tiene mérito estando al servicio de la jefa Chrissie Hynde. «Es una estrella», escribí yo de él, y todavía recuerdo su incendiario guitarreo en Thumbelina.
Pues bien, Walbourne tiene una banda con el batería Kristoffer Sonne, otro pretender, en la que ejerce además de cantante y que le permite dar rienda suelta a su evidente pasión por el rock intenso y ruidoso. El dúo se llama His Lordship (es decir, Su Señoría) y acaba de sacar su álbum de debut, un enérgico lote de doce canciones en media hora que derrocha ganchos melódicos: lo suyo es un garaje urgente y arrollador que va derivando, según las ocasiones, hacia terrenos amigos como el rockabilly o el glam. En Joyboy yo diría que se da este último caso: empiezan con un riff que parece el Ghost Rider de Suicide y ya no aflojan. En directo tiene que ser una bomba.