Genghis Cohn no se llama así. Según leo por ahí, el nombre viene de una peli de los 90 en la que el espíritu de un comediante y ventrílocuo judío, víctima del Holocausto, atormenta a uno de los nazis responsables de su muerte. Pero, bueno, el huidizo Genghis Cohn del que hablamos hoy se llama en realidad Gil Shani, vive en Londres y, por lo visto, lleva ya unos cuantos años activo por el underground del underground, grabando cosas para sellos que ni siquiera conozco. El caso es que Gil/Genghis sacó en marzo un disquito de veinte minutos que podríamos definir como un vanguardista collage folkie de ruiditos y que, en fin, en ningún caso nos preparaba para lo que acaba de publicar ahora, que para mí es uno de los álbumes del año.
Iron Day es una colección de doce canciones es las que Genghis Cohn se presenta como austero cantautor de voz gravísima, acompañándose a la guitarra acústica y con ocasionales arreglos de violín y percusión. Es una música imperfecta e imponente a la vez, surrealista y seria, clásica y radicalmente outsider. Vamos, que no sé muy bien en qué casilla encajonarla y me dan ganas de crear una nuevecita: a mí me hace pensar en Ian Dury cantando a Leonard Cohen con acompañamiento de Nick Drake, pero salvando todas las distancias, porque las canciones de Genghis sobre erizos enamorados o sobre el olor de la cebolla tienen a la vez un ramalazo esquinadamente bufo o, por lo menos, estrambótico que obliga a matizar esos referentes tan egregios. A mí me entusiasma en particular esta canción, Broken Vessel, con un recitado obsesivo y lacónico («vasija rota, aparta tu sombra de mi pecho: no la quiero, no puedo soportar más esta culpa»), que no sé si tiene que ver con la vasija rota del profeta Jeremías, y con una acústica que se va exaltando, se pone brava y parece contagiar al vocalista. El resultado es raro, distinto y, creo yo, hermoso.