Diremos, para abreviar, que a lo mejor Thomas Truax es un poquito excéntrico. Este músico estadounidense (que, curiosamente, en unas fotos se da un aire a David Byrne y en otras recuerda más bien a Nick Cave) es uno de esos artistas con una faceta singular que resulta imposible no mencionar: se dedica a construir instrumentos estrafalarios, al estilo de Les Luthiers, y da vida con ellos a sus composiciones de cantautor gótico-surrealista-steampunk. En su web ha reunido todo un muestrario de sus invenciones, entre las que destaca poderosamente su querido, ejem, Hornicator, una bocina de gramófono adaptada con la que hace auténticas diabluras sonoras, pero la lista es larga y curiosa. Por ejemplo, Truax firma su nuevo álbum como una colaboración con Mother Superior y Budgie, y resulta que la tal Madre Superiora es otro de sus ingenios mecánicos, una especie de aparatosa caja de ritmos victoriana. Budgie no, Budgie es el batería humano famoso como miembro de los Banshees.
Pero, en realidad, toda esta carga chocante (y me dejo cosas, como que el hombre se dedicó profesionalmente a la animación con plastilina o que muchas de sus letras se refieren a una ciudad imaginaria para la que llegaba a confeccionar un periódico) no se aprecia mucho en la canción que vamos a escuchar, convencional para los parámetros truaxianos. No sé si es porque he leído que nuestro hombre vivió en Berlín y allí está grabado en parte el disco, pero a mí me resulta imposible no pensar en el rollo berlinés de Mick Harvey y su círculo de expatriados australianos. Y, ojo, que en algún momento asoma por ahí la rareza juguetona de Truax: suena en la canción atrapasueños un ruidito que me fascina y que no sé qué es, como una correa que gira y se estira y parece a punto de saltar. Reconozco que la he reproducido en bucle solo por el gusto de volver a oírlo.