Es una cosa un poco tonta pero supongo que a todos se nos pasa alguna vez por la cabeza: a veces fantaseo con que alguna banda de esas a las que veo en conciertos pequeñitos acaba convirtiéndose en un bombazo internacional, en un nuevo clásico de la historia del rock, y así podré contarles a mis nietos aquella actuación mínima en la que vislumbré el futuro (en gran medida me lo tendría que inventar, claro, porque cada vez recuerdo menos detalles de los conciertos del pasado). Pero qué va, parece que los grupetes a los que veo están condenados a seguir en pequeño comité. Cuento esto porque una de mis mayores apuestas en este terreno fueron Oneida: en el 97 viajé a Nueva York con mi amigo Aramendía, para gorronear el piso de mi amigo David en el Harlem hispano, y, como parte del festín musical que nos pegamos aquella semana, vimos en la Knitting Factory a Royal Trux, The Thrones, Brother JT y, abriendo la velada, unos casi debutantes Oneida. Eran entonces unos jovenzuelos prometedores que recogían la estimulante herencia neoyorquina de Sonic Youth y yo, con mi proverbial olfato, pensé que tenían muchas posibilidades de alcanzar el éxito.
Y así precisamente se llama su nuevo álbum, Success, éxito, aunque siento decir que intuyo una intención irónica en el bautismo. No, aquellos chavalillos son ya señores (el nombre Oneida, por cierto, viene de un pueblo aborigen de Norteamérica) y no han triunfado como yo pensaba, pero sí han construido una carrera inquieta, variada e interesantísima: lo suyo es, en esencia, un rock guitarrero que también bebe ávidamente de los ritmos motóricos de Neu! y compañía, pero en estos 25 años nuestros protagonistas se han desviado a menudo por territorios más áridos, más abstractos, más experimentales, a menudo más electrónicos, quizá menos disfrutables. Ahora han regresado decididamente al ímpetu de sus inicios e incluso ceden a la tentación de estribillos tan irresistibles como este I Wanna Hold Your Electric Hand, una canción a la que no le falta nada: es cantable y arrolladora y tiene una dosis más que generosa de ruido y electricidad. Por cierto, no soy capaz de escuchar el arranque sin pensar en los amigos Triángulo de Amor Bizarro, a los que tampoco vi lo suficientemente pronto como para chulearme de ello, pero al menos sí los cité por aquí en plan tempranero.