He leído en una reseña que el nuevo álbum de The Monsters utiliza solo 120 palabras en sus trece cortes, y no es que sean instrumentales, qué va. El primero del lote, el que vamos a escuchar aquí, tiene nada menos que siete estrofas de letra y se las apaña con cuatro vocablos. La primera estrofa dice así: «Gimme gimme gimme germs, / gimme gimme gimme germs, / gimme gimme gimme germs, / gimme gimme gimme germs». Y lo que llamaremos el estribillo por llamarlo de alguna manera profundiza en la idea con este inesperado giro lírico: «I want I want I want germs, / I want I want I want germs, / I want I want I want germs, / I want I want I want germs». O sea, dame gérmenes, quiero gérmenes, y ya. Dudo mucho que al veterano grupo suizo le concedan algún día el Nobel de Literatura, ni tampoco el de Medicina, pero lo cierto es que tampoco les hace falta más para redondear un minuto y veinticinco segundos de garage-punk adictivo y arrollador. O, como dicen ellos, «hi-speed-boogie-fuzz-garage-trash-rock-n-roll apocalíptico».

Gimme Germs sirve de pistoletazo de salida para un álbum cafre y trepidante que pasa en un suspiro, aunque esa palabra, suspiro, no acaba de encajar con tanta exaltación atropellada ni con el ruidito que meten en otros temas. Podríamos decir que pasa en un alarido. Así son The Monsters, un cuarteto de Berna que debutó a mediados de los 80, nada menos, y que da contenido así al concepto de madurez.