Me resulta espeluznante escribir la cifra, pero resulta que los londinenses Loop han anunciado su primer álbum después de… ¡32 años! Sí, treinta y dos. Resulta que, de manera un poco inadvertida y traicionera, ha pasado toda una vida (la mía) desde aquel A Gilded Eternity de 1990. Y tengo la impresión de que, en todo este tiempo, la posteridad ha tratado mucho peor a Loop que a sus compañeros más evidentes de generación, sus primos Spacemen 3: como ellos, Loop planteaban sus canciones a partir de la repetición machacona y obsesiva, en un trance eléctrico-psicodélico que echaba raíces en los riffs de los Stooges y prescindía de las expectativas convencionales sobre un estribillo liberador. Sin mucha sutileza, diría yo que Spacemen 3 tiraban más hacia lo trascendente y Loop hacia lo ponzoñoso, una especie de exorcismo krautgarage, aunque las dos carreras comparten cierta tónica general: también el líder de Loop, Robert Hampson, depuró después su sonido con su proyecto posterior Main, prescindió de esas guitarras que parecían imprescindibles en su concepción de la música y se internó en terrenos electrónicos, mientras daba rienda suelta a su interés por la astronomía y la química.

Tras décadas de silencio y un EP exploratorio que salió hace seis años, aquí están de nuevo los Loop de siempre, con este Halo que sirve de adelanto para un álbum que se publicará en marzo, y suenan como si nunca se hubiesen ido. «Fui muy antiguitarras durante mucho tiempo. En el periodo Main, oyes cómo las guitarras desaparecen progresivamente. Me parecía que no tenían ningún hueco en lo que intentaba hacer y no las echaba de menos en absoluto. Hoy, tener una guitarra en las manos ya no me molesta siempre que pueda hacer algo útil con ella, y al trabajar con la formación actual podemos hacerlo y, de hecho, resulta muy disfrutable», ha declarado Hampson. Lo disfrutamos, ya lo creo.