Joanna Gemma Auguri suele decir que eligió el acordeón como su instrumento ante la imposibilidad de llevarse de aquí para allá un órgano de tubos, y ciertamente sus canciones nos recuerdan en todo momento el parentesco cercano entre uno y otro: en sus manos, el acordeón suena solemne, tirando a fúnebre, casi espectral. Veo que a Joanna Gemma la clasifican a veces con la bonita etiqueta de funeral cabaret, que ciertamente se ajusta a ella como un guante, porque combina la actitud teatral del cabaret berlinés con las sombras y la melancolía perpetua del dark folk. Lo suyo son, en sus palabras, «canciones sobre barcos perdidos y almas errantes», con referentes como Nick Cave, Jarboe o el Scott Walker más de bajón.
Vamos, que no podemos esperar grandes bailes ni jolgorios de su álbum de debut, titulado 11 y más parecido a un baño en aguas oscuras o un paseo meditabundo por los recuerdos. Con instrumentación austerísima (fundamentalmente acordeón y voz, con aparición ocasional de la cítara y el chelo) y a un ritmo glacial, la artista nacida en Polonia y criada y afincada en Alemania aprovechó el primer confinamiento para grabar este «examen de la pérdida, la identidad y las rupturas que experimentamos durante nuestras vidas». Es mejor acometer el conjunto entero, porque es una de esas músicas que van calando por acumulación, o por inmersión, pero he elegido como muestra este Ma Ganga. El título es uno de los nombres tradicionales del Ganges, el sagrado río madre, y la melodía instrumental tiene cierto eco del Wicked Game de Chris Isaak, aunque luego camine lentamente por sus propias sendas poco iluminadas.