Empecé a escuchar el disco nuevo de AZITA con la mosca tras la oreja. El nombre me sonaba mucho, pero no se correspondía con lo que estaba escuchando. Así que tuve que ir a mirar y, en efecto, resulta que tengo en cedé su debut, Music for Scattered Brains, de 1995 y firmado originalmente como AZ, pero desde entonces hasta ahora, en todo este tiempo en el que le he perdido la pista, AZITA ha atravesado una metamorfosis bastante radical: aquel disco, grabado para su tesis universitaria, era una cosa electrónica y experimental, bastante durilla de oír (también su grupo The Scissor Girls tiraba hacia un noise rock vanguardista, caótico y descoyuntado), pero hoy en día AZITA hace canciones más o menos ortodoxas y con predominio de la guitarra. Eso sí, yo siempre defiendo que algo queda, que el espíritu libre de quienes han hecho música, digamos, rara se mantiene de alguna manera cuando se centran en hacer música, digamos, normal.
AZITA, que más allá de estilizaciones con mayúsculas se llama Azita Youssefi, es una artista estadounidense de origen persa (de hecho, pasó parte de su infancia en Irán) que trabaja como profesora de piano en Chicago. Y, aunque el párrafo inicial lo he planteado como un grácil salto desde su debut con cacharritos hasta este nuevo disco, en medio hay media docena de álbumes más que no he escuchado. Dice el sello que esta novedad, titulada Glen Echo, es «lo más armónico» que ha hecho, y también destaca que ella misma se ha ocupado de todos los instrumentos. El resultado es espléndido, con canciones que parecen fluir libremente y que nunca suenan demasiado pulidas: mi propósito inicial era seleccionar una de las más vigorosas (Online Life o Bruxism, que me gustan mucho las dos), pero me he quedado atrapado con el bajo sinuoso, el ambiente misterioso y los destellos de guitarra de la más larga del lote, Our Baby. No esperen grandes crescendos ni explosiones, pero quédense hasta el último minuto, que es lo que más me gusta.