Me he tirado todo el fin de semana leyendo elogios y alusiones a la canción biográfica de Residente, el que fue vocalista de Calle 13, pero no he pinchado en los enlaces ni he prestado mucha atención. Con los años uno cree saber de antemano qué músicas quedan fuera de su territorio y, en mi caso, esta era una de ellas: lo he intentado unas cuantas veces con Calle 13 y, para qué le vamos a dar más rodeos, no sintonizo con ese estilo. Parece que estamos obligados a que nos guste todo, o al menos todo lo bueno, pero las cosas no funcionan así y las afinidades son muchas veces inmunes a los argumentos y a la voluntad.
Pero esta mañana, por fin, le he dado al play. Ha sido en los diez minutos libres que me quedaban mientras se peinaba mi hija pequeña. Y en fin, también en esto habrá que ser directo, he acabado llorando con cierta congoja en mi cuarto de estar. No una lagrimita tonta y fugitiva, no, sino quizá la mayor llorera que me ha provocado nunca una canción, aunque (lo digo en mi descargo) supongo que la edad me vuelve particularmente sensible a este tipo de contenidos. Les diré que sí creo que es una obra maestra (líricamente desde luego, pero también musicalmente, con esos arreglos de cuerdas y ese final de percusión) y no les diré más, porque creo que una canción tan monumental no necesita análisis ni se merece spoilers.