La carrera de Mike McGear brinda un montón de motivos para sacar pecho. Digamos que es un currículum musical muy por encima de la media, capaz de dejar verdes de envidia a la inmensa mayoría de los artistas. Están, para empezar, las tres canciones que su banda, The Scaffold, coló en el top ten británico, incluida una que logró el número uno navideño, tan codiciado siempre en el Reino Unido. Pero, más allá de eso, lo que sobrecoge de verdad son los nombres: a Mike le ha hecho coros Elton John, le ha producido George Martin, y entre los músicos de otro de sus proyectos –el dúo McGough & McGear– figuraban unos tales Jimi Hendrix, John Mayall, Graham Nash y Spencer Davis. Ah, también puede presumir de haber contado entre sus fans con el primer ministro Harold Wilson y la mismísima Reina Madre.
Pero, claro, la referencia más cercana para Mike McGear es una figura tan monumental que le sirve como permanente llamada a la humildad. Peter Michael McCartney, que ese es el nombre oficial de nuestro hombre, es el hermano menor de Paul McCartney, un gigante capaz de empequeñecer a cualquiera. Sin embargo, no hay que equivocarse: resulta evidente que parte de la trayectoria de Mike está ligada de manera indisociable a su hermano, pero también es cierto que sus mayores éxitos comerciales se caracterizaron por un cuidadoso distanciamiento del fenómeno Beatles. Los escrúpulos ante la posibilidad de que alguien lo viese como un parásito de Paul fueron precisamente lo que llevó a Mike –que, cuando despegaron los Beatles, trabajaba como aprendiz de peluquero– a prescindir del apellido McCartney en su nombre artístico.
The Scaffold, activos entre 1966 y 1974, tenían poco que ver con los Beatles, al menos en la superficie. Lo suyo era una combinación de comedia, poesía y música que abrazaba con entusiasmo el absurdo, entroncada con esa veta de humor extravagante que recorre y anima la historia del Reino Unido. El mayor hit del trío, la delirante Lily The Pink, era una versión muy particular de una canción de pub habitual en los terceros tiempos del rugby, acerca de un fármaco prodigioso: la letra que le endosaron The Scaffold lo proclama capaz de curar la falta de apetito (la cambia por obesidad mórbida) y de solucionar las burlas que sufre una muchacha por sus pecas (la convierte en chico). Lo de enrolar a George Martin sí podría verse como un privilegio por pertenecer a la corte beatle, pero no se puede olvidar que el productor era un apasionado de la comedia y había grabado elepés emblemáticos del género junto a Peter Sellers y Spike Mulligan.
El trío todavía estaba en activo cuando McGear abrió un paréntesis de seriedad y grabó su primer álbum en solitario, Woman, de 1972, con una portada en la que aparece una presunta monja que en realidad no es tal: se trata de un retrato de Mary McCartney, la madre de los dos hermanos, ataviada con su uniforme de enfermera. Hay que recordar que la muerte de Mary, cuando Paul tenía 14 años y Mike 12, supuso un cataclismo emocional para ambos y tuvo también reflejo en canciones de los Beatles como Let It Be. En 1974 se editó McGear, el segundo disco de Mike, un empeño mucho más ambicioso que supuso su vínculo definitivo con la mitología de los Fab Four, ya que fue el resultado de una estrecha colaboración entre los dos hermanos. Contiene temas de Paul y otros compuestos a medias, aunque el que canta es Mike, y el acompañamiento instrumental corre a cargo de los Wings, la banda de McCartney en aquellos días.
Ese álbum bastante olvidado, que no ha estado disponible en cedé durante dos décadas, devolvió a la actualidad a Mike McGear el pasado verano. El sello Esoteric Recordings, integrado en Cherry Red Records, lanzó una edición remasterizada y bien servida de extras que permite apreciar en toda su plenitud un disco “encantador, excéntrico y singular en la misma medida”, según lo describe la atinada nota de prensa. El tracklist, que arranca con una versión de Roxy Music, combina la magia melódica de Paul con la lírica juguetona de Mike, en un repertorio de llamativa variedad: caben guitarrazos furiosos, folk irlandés (con la gaita de Paddy Moloney, de los Chieftains) e incluso una curiosa prefiguración nuevaolera (Givin’ Grease A Ride), aunque destaca la esencia McCartney (por partida doble, claro) de The Man Who Found God On The Moon, inspirada por el astronauta Buzz Aldrin.
Mike McGear, que también se ha dedicado a la fotografía, tiene actualmente 76 años y ha encarado la recuperación de su obra cumbre con una sana mezcla de prudencia y orgullo: “Me daba un poco de aprensión salir con este viejo álbum cuarenta y cinco años después –ha declarado a We Are Cult–. Yo escucho la radio y sé lo que triunfa, así que no tenía claro qué iban a pensar los aficionados de hoy, tanto los viejos como los jóvenes. Entonces me puse a escucharlo y me pareció bueno. Empezó el segundo tema y, guau, es bueno de verdad. Y el siguiente. Está hecho con sentimiento, amor y profesionalidad y creo que mantiene el tipo después de todos estos años”. Ah, en las entrevistas, Mike se suele referir a su hermano como “our kid”, nuestro chico, con el cariño y la resignación de quien sabe que su interlocutor lo tiene siempre presente.