Mi intención era dedicar la primera canción de la semana de 2020 a algún tema que tuviese ya fecha de 2020, pero a finales del año pasado (como quien dice en otra era) se me cruzó en el camino la exigua producción discográfica de Keeley Forsyth. Por ahora, la artista británica ha lanzado solo dos sencillos, pero, como van a estar incluidos en un álbum que sale la semana que viene, supongo que encajan de alguna manera en mis propósitos renovadores y actualísimos. ¿Y quién diablos es Keeley? Hasta ahora, su popularidad se debía fundamentalmente a su carrera como actriz especializada en personajes tirando a torturados (hey, sale en Happy Valley, una de mis series favoritas), pero a la vez llevaba años escribiendo canciones en la intimidad, acompañándose con un acordeón o un armonio. El contacto con el pianista y compositor Matthew Bourne la animó a tomarse esa faceta más en serio y también ha dado una nueva dimensión a sus canciones, que no son exactamente lo que uno espera de una amateur y su acordeón.
Su primer lanzamiento, Debris, remitía de manera ineludible al Scott Walker maduro, el que buceaba para explorar abismos en discos como Tilt. La voz de Keeley trazaba una melodía reflexiva, de aire sufriente y casi fúnebre, sobre unas bases austeras pero envolventes, y el resultado estaba depurado de frivolidades como la percusión o los estribillos fácilmente identificables. El segundo sencillo, este Start Again que nos ocupa, es más liviano en su planteamiento musical (con leves ejercicios de sustracción o adición, casi podría transformarse en una pieza de aire new age o en un hit de trance bailable), pero comparte el fondo obsesivo y doliente de su predecesor. Yo solo le pongo una pega: es una de esas canciones que preferiría más largas, mucho más largas, con diez o doce minutos que acentuasen y prolongasen su efecto hipnótico.
Esta misma semana le han hecho un videoclip, como si supieran que yo necesitaba un último empujoncito para estrenar el año con ella.