Foto: Borja Agudo
A la espera de comprobar si The Cure editan por fin en 2020 su famoso álbum nuevo (que, a este paso, va a hacerse viejo antes de salir), recupero esta pieza que publiqué en el periódico hace tres años y pico, la última vez que vinieron a tocar por aquí. Se había volatilizado de nuestro mundo digital y no me ha quedado otra que rescatarla de emergencia vía Wayback Machine. He procurado limpiarla un poco de referencias temporales caducadas, pero seguro que alguna habrá quedado.
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Con The Cure pasa lo mismo que con Bruce Springsteen: si algún día se les ocurre dar un concierto apañadito de hora y cuarto, limitado a sus mayores éxitos comerciales, los fans montarán en cólera y acabarán arrasando el recinto. Los setlists de los Cure rondan siempre la treintena de canciones, un poco por arriba o un poco por abajo, y al examinar con detalle esos listados se comprueba que en ellos convive material muy diverso: están los bombazos comerciales, por supuesto, esas melodías de pop adhesivo y juguetón que dieron popularidad masiva al grupo, pero tampoco pueden faltar los himnos oscuros que alimentan a la facción más siniestrilla y leal de sus fans, y todo ello se suele salpicar con alguna rareza remota y con unas cuantas composiciones de sus discos más recientes y (con perdón) olvidables. A Robert Smith, el hombre del pelo imposible y el pintalabios catastrófico, no le gusta olvidarse de ningún rincón de su repertorio: busca siempre equilibrar la fórmula de manera que contente al conjunto de sus seguidores y, sobre todo, que ofrezca una imagen completa de la banda. Porque todo eso, por dispar y hasta incongruente que pueda parecer, es The Cure.
Vamos a repasar su carrera a través de canciones que no son, desde luego, las más famosas, aunque la mayor parte de ellas siguen sonando a menudo en sus conciertos y algunas, de hecho, funcionan desde hace décadas como puntales de su directo. Estas diez dosis de La Cura sirven como un recopilatorio cronológico de no singles, ese concepto tan importante en su universo.
1. Fire In Cairo (1979)
Aunque se les catalogue tantas veces como un grupo de post-punk, en realidad los Cure hunden sus raíces en la década de los 70: ya en 1973, cuando Robert Smith solo tenía 13 años, actuó en directo con una banda en la que militaban Lol Tolhurst y Michael Dempsey, junto a otros dos amigos. Smith, Tolhurst y Dempsey fueron los miembros de The Cure en el primer álbum, Three Imaginary Boys, editado en 1979 y muy alejado de los tópicos posteriores sobre la banda: lo suyo era un pop enigmático y minimalista, con una influencia muy relativa del punk y, desde luego, con cortes de pelo bastante convencionales. La pegadiza Fire In Cairo logra combinar un ritmo saltarín, una atmósfera vagamente enrarecida y un estribillo que deletrea una y otra vez el título, como en un trabalenguas para clase de inglés.
2. M (1980)
The Cure hicieron una gira como teloneros de Siouxsie y a Robert Smith le tocó ocupar por primera vez (habría más) el puesto de guitarrista de los Banshees, tras el abandono de John McKay. Al contemplar las evoluciones de Siouxsie, una especie de sacerdotisa tenebrosa sobre el escenario, nuestro hombre se dio cuenta de lo importante que era para un grupo contar con un líder visible y carismático. También supo apreciar, y disfrutar como guitarrista, la intensidad del torturado afterpunk de Siouxsie y los suyos. Los tres siguientes álbumes de The Cure constituyen su trilogía siniestra (ahora dirían gótica), aunque cada uno muestra una marcada personalidad: Seventeen Seconds es ante todo misterioso, Faith suena más bien depresivo y Pornography tiene un punto violento y demente. M, obsesiva y sinuosa, pertenece al primero de ellos.
3. The Drowning Man (1981)
Si uno escucha los discos de esta época, The Cure parecen estar deslizándose por un tobogán hacia la negrura. Y, según dejan traslucir sus comentarios sobre aquellos tiempos, la impresión responde bastante a la realidad del grupo. En Faith dominan las canciones lentas, fúnebres incluso, dominadas por las repetitivas líneas de bajo (o, a menudo, de dos bajos) que envuelven al oyente en una atmósfera de neblina y abatimiento. Esa sensación de ser absorbido resulta particularmente notoria en The Drowning Man, uno de los dos temas del disco basados en la trilogía Gormenghast, la fascinante creación de Mervyn Peake que Smith suele citar como su obra literaria favorita.
4. One Hundred Years (1982)
Y, tras el gris oscuro, llega el negro. One Hundred Years es la canción que abre Pornography y no deja lugar a dudas desde su primer verso, tantas veces repetido en textos sobre los Cure: «No importa si todos morimos». Es un álbum extremo y desabrido, marcado por el creciente desequilibrio de Robert Smith, a quien le obsesionaba la idea del suicidio, y por la ingesta masiva de LSD y alcohol. Curiosamente, se convirtió en su mayor éxito hasta entonces en el Reino Unido, además de marcar el inicio de la estética clásica de los Cure, pero tanta oscuridad acabó devorando al propio grupo: la estructura que mantenía unidos a los tres miembros (Smith, Tolhurst y Gallup, quizá la formación más importante de su historia) se hizo añicos y la banda dejó de existir, si es que alguna vez ha sido algo más que Robert Smith con quien se pusiese a mano.
5. The Upstairs Room (1983)
Con Smith de nuevo como guitarrista de Siouxsie And The Banshees y entretenido con su proyecto paralelo The Glove, cualquiera habría pensado que la historia de los Cure había alcanzado su punto final con el apagón anímico de Pornography. El periodo que siguió es el más desconcertante de su carrera y el propio Robert Smith suele contemplarlo con escasa simpatía: The Upstairs Room es una de las poquísimas canciones de su discografía que jamás han interpretado en directo. Pero aquí se gestó el grupo versátil que unos pocos años después triunfaría comercialmente, modelado a través de una sucesión de sencillos livianos que oscilaban entre la electrónica ochentera (Let’s Go To Bed o The Walk, con el leal escudero Tolhurst trasplantado de la batería a los teclados) y el ‘music hall’ acústico con sobredosis de estribillos de The Lovecats. The Cure, extremistas emocionales, eran de pronto un grupo tan desquiciado en la alegría como en la desesperación.
6. Shake Dog Shake (1984)
Esos salvajes cambios de humor tan característicos del grupo (que incluso acabarían dando título a uno de sus discos de los 90) quedaban muy claros en The Top, el disco de The Cure menos valorado por la crítica. Ciertamente puede resultar desconcertante, con su psicodelia de pesadilla infantil y unas letras alucinadas en las que aparecen chicas oruga o chicas pájaro, pero varias de sus canciones se mantienen firmes en los setlists tantos años después, como la rabiosa y agobiante Shake Dog Shake.
7. Push (1985)
Reconvertidos en quinteto (Smith, Tolhurst, Gallup, Thompson, Williams), los exitosos Cure de mediados de los 80 abarcan una asombrosa parcela de terreno estilístico: es la época de sus grandes hits de pop infalible, pero en discos como The Head On The Door o Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me caben desde sufrientes inmolaciones guitarreras hasta cancioncillas retozonas de inocencia casi absurda, con Smith metamorfoseado en un raro híbrido de monstruo y niño. Push, que cerraba la primera cara de The Head On The Door, se podría ver como una adaptación del afterpunk a los grandes estadios, gracias a esa larga introducción instrumental que adquiere pleno sentido en directo.
8. Plainsong (1989)
Disintegration, su disco de 1989, está considerado la obra cumbre de The Cure, seguramente porque en él dieron con la fórmula definitiva para combinar su talento para el pop con las atmósferas tristonas de su época menos luminosa. Suena un poco ridículo a estas alturas, pero a Robert Smith le angustiaba la proximidad de su 30 cumpleaños y eso le llevó a componer canciones marcadas por la depresión y la desesperanza: en su momento declaró que estaba dispuesto a grabar el álbum en solitario si sus compañeros de banda no hubiesen sintonizado con el nuevo material. Plainsong abría el disco y marcaba el tono pausado, reflexivo, hipersensible, con un manto de sencillas líneas melódicas y un sonido marcado por los ecos y efectos. Funcionaba tan bien como túnel de acceso a un mundo propio que la siguen utilizando a menudo como inicio de los conciertos.
9. Burn (1994)
El propio Smith suele referirse a los 90 como su periodo menos relevante. En avance rápido, vamos a rematar nuestra selección con dos canciones que aparecen con frecuencia en sus ‘setlists’ más recientes. Lo de Burn no deja de ser curioso, porque se trata de un tema de hace más de veinte años: lo compusieron para la banda sonora de la película The Crow, aquella del roquero resucitado y el actor muerto, pero no lo tocaron en directo hasta 2013. Su puesto de honor en aquella banda sonora se puede interpretar como un reconocimiento público de su condición de padrinos de lo gótico, una etiqueta que a Smith le hace rechinar los dientes: «Solo la gente que no es gótica piensa que The Cure somos un grupo gótico –declaró una vez al Guardian–. Yo me visto de negro. Voy vestido de negro ahora, siempre lo he hecho, pero no pretendo manifestar nada al mundo. Lo hago porque… no sé… ¿Porque adelgaza? ¿Porque así no tienes que lavar tan a menudo?».
10. It Can Never Be The Same (inédita en estudio)
Del par de temas que los Cure estrenaron en sus conciertos de 2016, It Can Never Be The Same parece especialmente relevante, ya que Robert Smith lleva el título escrito en una de sus guitarras, y además caló muy rápido entre los fans más devotos del grupo: según los foros que se dedican a desmenuzar cada palabra y cada gesto del líder de la banda, esta canción es una despedida dedicada a su madre, Rita, que falleció en 2015. «Puedo cantar, puedo reírme, puedo bailar / como si nada hubiese cambiado, / pero sin ti, sin ti, / nunca podrá ser igual». El año pasado la incluyeron en el directo Curætion.