La música coral búlgara, enunciada así sin más, no parece un candidato muy probable para el éxito global. Otra cosa es escucharla, claro: la primera vez que se tiene contacto con ella, el oyente suele experimentar un deslumbramiento combinado con una profunda extrañeza, ante ese hermosísimo canto polifónico que es a la vez antiguo y vanguardista, angelical y salpicado de disonancias. El momento decisivo en la expansión de estas canciones ocurrió a mediados de los 80, en un entorno muy alejado de Bulgaria (entonces aún comunista) y del propio estilo, y tuvo mucho que ver con ese pasmo ante una belleza inesperada. El sello británico 4AD estaba grabando el primer álbum de Peter Murphy, el vocalista de la banda siniestra Bauhaus, y el fundador de la empresa, Ivo Watts-Russell, participaba como productor en aquellas sesiones. No se trataba de una discográfica cualquiera: con bandas como Cocteau Twins, Dead Can Dance o el proyecto This Mortal Coil, 4AD abanderaba una música preciosista, delicada, con tendencia a lo etéreo, como una sublimación del corazón romántico que latía en el post-punk más oscuro.
Peter Murphy sacó de pronto una casete y anunció que iban a escuchar un fragmento de su contenido al final de cada jornada en el estudio. La introdujo en el reproductor y empezó a sonar una canción a dos voces, difícil de ubicar geográfica y temporalmente, que de alguna manera llevaba todavía más allá el estilo característico de 4AD. El propio Murphy no sabía lo que era, porque la cinta se la había grabado un amigo australiano sin especificar títulos ni artistas, así que Ivo Watts-Russell le obligó a localizarlo cuanto antes para interrogarle sobre la procedencia de aquella maravilla: el australiano solo supo explicar que se trataba de algo llamado Le mystère des voix bulgares, es decir, el misterio de las voces búlgaras en francés. «En aquellos días no bastaba con hacer clic, clic, clic, así que hice lo que parecía obvio en aquel momento: me fui a una tienda de discos en Charing Cross Road, una especie de expertos en folk y músicas del mundo, y encontré una copia», relató hace años Watts-Russell en una entrevista con The Quietus.
El disco se titulaba, efectivamente, Le mystère des voix bulgares y lo había editado en 1975, en su humilde sello, un organista y etnomusicólogo suizo llamado Marcel Cellier. Este estudioso, especialista en músicas del Este europeo, se las había arreglado para que los países del bloque soviético le permitiesen recorrer sus territorios provisto de equipo de grabación, con el fin de registrar músicas de tradición oral. Pero lo que se escuchaba en el disco estaba muy lejos del habitual documento etnográfico de pastores o labriegos y tenía que ver con una iniciativa del propio gobierno comunista: en 1951, habían puesto al compositor Filip Kutev al frente de un coro llamado Conjunto Estatal de Canciones Folk, con la difícil encomienda de transformar la música tradicional en un estilo progresista, enfocándolo al futuro y no al pasado. Kutev potenció los elementos peculiares del folclore búlgaro con arreglos inspirados en las vanguardias del siglo XX y obtuvo unos resultados sobrecogedores. Su conjunto, rebautizado como Coro Femenino de la Televisión Estatal Búlgara, aportaba la mayor parte de los cortes de Le mystère des voix bulgares, en cuyo tracklist se combinaban grabaciones de Cellier con otras procedentes del archivo de Radio Sofía.
En 1986, la edición de 4AD dejó al mundo boquiabierto y se convirtió en un superventas que rebasó con mucho su nicho estilístico, si es que existía un nicho para aquello: fascinó tanto a los aficionados a las músicas del mundo como a los seguidores del pop más aventurado, hasta acumular un listado de admiradores declarados en el que se codea gente como Kate Bush, Damon Albarn o Lady Gaga. Lo del misterio, una exitosa marca de fábrica, fue objeto de un rápido y repetido pirateo, ya que un montón de coros búlgaros lo añadieron a su nombre para lanzarse al mercado internacional. La suplantación no era tan grave para el oyente como podría parecer, ya que todos interpretaban un repertorio similar y, en muchas ocasiones, con una calidad comparable a la del coro de la Televisión Estatal, pero Marcel Cellier reconoció a este el derecho exclusivo a presentarse como Le mystère des voix bulgares.
Y así, pero en inglés (The Mystery Of The Bulgarian Voices), han firmado un nuevo álbum que ha salido este año, después de un largo silencio discográfico. Se trata de una colaboración con la cantante australiana Lisa Gerrard, de Dead Can Dance, una de aquellas estrellas de 4AD que experimentaron en los 80 el shock de descubrir esta música, y también una de las pocas artistas de otras culturas que han sido capaces de incorporar algunas de las técnicas vocales búlgaras a su propio estilo. Ella misma lo ha explicado: «Las vi en directo y pensé: se acabó, esto es la cima, no se puede ir más allá».