Foto: Rose Stone

Muy pocos discos de este año, o a lo mejor ninguno, me han enganchado tanto como el segundo álbum de Simon Love. Iba a decir que Simon Love es inglesísimo, porque tiene uno de esos sonidos y una de esas actitudes que vinculamos inmediatamente con aquellas tierras, pero veo que en realidad es galés, así que mejor me callo. Durante la primera década de este siglo lideró The Loves, una banda a la que prácticamente no he escuchado hasta ahora mismo (sí, acabo de darle al play en Spotify), y ahora vuela solo y autosuficiente con un estilo deudor de los 60 pero también flexible y camaleónico, animado por saludables dosis de buen humor y un vocabulario proclive al fuck.

He dudado hasta el último momento qué corte del disco iba a elegir, porque hay tres que me vuelven bastante loco. En cierto modo, son tres canciones dedicadas. La primera, que siempre me hace pensar en Television Personalities (pero afinados y con producción lujosa, si es que eso se puede imaginar) lleva el precioso título de God Bless The Dick Who Let You Go, algo así como Dios bendiga al idiota que te dejó marchar, y es un regalo de boda para su santa esposa. Mi segunda favorita se titula Joey Ramone y ya se pueden imaginar a quién homenajea, con ese sonido sesentero que tanto gustaba e inspiraba a los Ramones. Y al final me he quedado con este Stephen Timothy West, una decisión osada, porque he leído críticas que lo consideran el peor tema del disco. Es la respuesta a una carta que envió un niño de 5 años, el tal Stephen Timothy, al programa infantil de televisión Blue Peter. En ella, Simon le explica pacientemente que la vida es cambiante, que uno debe hacerse mayor para lograr ciertas cosas (por ejemplo, recibir «el primer beso de tu primera novia… o novio», según puntualiza una voz al fondo) y, en fin, que «todo el mundo se muere», y lo hace con desinhibida ambientación de Beatles psicodélicos.