Para contrarrestar el lamentable erial en el que se ha convertido el blog durante mis vacaciones, voy a dedicar los próximos días a recuperar algunos textos que he publicado este año en Musi-K, la revista de música para los suscriptores de EL CORREO. Tal como comenté en la última repesca de este tipo, los reportajitos se habrán quedado desactualizados en algún detalle, pero la esencia sigue valiendo. Empezamos con este, que sí está al día porque es relativamente reciente, del mes de julio.
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Si un oyente desprevenido escucha por primera vez una canción de Tony Molina, es probable que acabe desconcertado e incluso con un asomo de frustración. Porque la música arrancará, perfecta y arrebatadora, la voz entonará unos versos de melodía irresistible y, justo cuando el recién llegado empieza a asombrarse ante la calidad de este clásico escondido del rock, la canción se habrá terminado abruptamente, así sin más. El californiano Molina es un apóstol de la brevedad que no ve la necesidad de las repeticiones en una canción, así que la mayoría de sus temas rondan el minuto de duración. Pero, y ese es su gran mérito, no se trata de esbozos, ni de esos cascotes de escombro con los que otros artistas engordan el tracklist de un disco, sino de composiciones completamente formadas que se podrían alargar hasta conseguir gloriosas canciones de extensión convencional. ¡Muchos grupos matarían por material así!
Molina es un veterano del hardcore, la música a la que se aficionó en la adolescencia, y sigue repartiendo su tiempo entre varias bandas de ese estilo, aunque su grupo por excelencia fueron Ovens. Con ellos dio forma a la singular forma de entender la música que le caracteriza, aunque no obtuvo la repercusión que habría merecido: en alguna entrevista ha comentado que todavía quedan cinco álbumes de Ovens sin editar. Resulta tentador vincular su historial en el hardcore, siempre apresurado y acuciante, con la concisión que caracteriza el resto de su actividad artística, pero el propio Molina ha descartado esa explicación facilona: «No, yo creo que viene del hecho de que no me gusta mi voz y odio tener que grabarla. Me cuesta muchísimo tiempo grabar la voz. Un montón de mis canciones tienen solo uno o dos versos y me lleva una eternidad. Si tuviese que grabar muchos más versos, estribillos y toda esa mierda, jamás terminaría. Además, soy inseguro y lo cuestiono todo, así que pienso tío, mejor acaba la canción tan rápido como puedas», ha admitido en una entrevista con la revista CLRVYNT.
En su carrera en solitario, ha aplicado ese principio a rajatabla, aunque otras características de su música hayan ido evolucionando. El primer disco a su nombre, Dissed and Dismissed, contenía doce canciones en doce minutos y exploraba en breves viñetas el territorio intermedio entre el power pop y el indie noventero, con influencias identificables como Weezer o Teenage Fanclub y un toque insoslayable de Dinosaur Jr. en los solos. Después vinieron un par de epés, aunque en su caso la frontera entre formatos nunca queda del todo clara: uno de ellos incluía una versión de Metallica, pero en realidad sorprendía más el otro, Confront the Truth, que incluía ocho canciones en once minutos y se había desplazado de manera brusca hacia el territorio inconfundible de los Beatles. Sobre ese disco, hay dos datos interesantes. El primero, que Tony Molina tardó cuatro años en componerlo: «Escribir canciones cortas no es fácil, porque no tienes sitio para relleno, ¿sabes? Si vas a hacer una canción realmente corta, tienes que asegurarte de que todas las partes cuentan de verdad», comentó en su momento a Exclaim!. La otra curiosidad es que, por mucho que lleve más de quince años en la escena del hardcore, Molina es fan fatal de los Beatles: «Son mi grupo favorito de todos los tiempos», ha dicho más de una vez este hombre.
Tony Molina ha regresado este verano con una nueva andanada de pop sucinto e intemporal, Kill the Lights, editada por el sello Slumberland. Esta vez son diez canciones que ocupan alrededor de quince minutos y de nuevo tienden al clasicismo estilístico: la propia discográfica cita referencias como Paul Simon, George Harrison o la ELO, aunque también hay momentos que remiten directamente a los Byrds, como el bellísimo sencillo de adelanto Nothing I Can Say (que, por cierto, dura un minuto y once segundos). A nuestro protagonista, la convivencia de su filiación hardcore con estos gustos tan clásicos le parece absolutamente lógica: «No creo que sea interesante o raro que me gusten Napalm Death y los viejos Bee Gees, aunque suenen totalmente diferentes los unos de los otros -ha reflexionado en 3rd Outing-. ¿A quién pueden no gustarle esas dos bandas?».