Quique dibuja la tristeza no es un álbum más de Los Hermanos Cubero, ni tampoco es un disco cualquiera. Quique Cubero empezó a componerlo tres meses después de la muerte por cáncer de su esposa, Olga, y todas las canciones están marcadas por esa ausencia abrumadora e ilógica: en las letras abunda la segunda persona del singular, las frases dirigidas a la persona que debería estar pero se ha ido, en una combinación desoladora de pasado feliz, presente afligido y futuro incierto. El conjunto es una reflexión emocionada y sincera sobre la muerte de la persona amada, sin coartadas culturales ni religiosas que maquillen la congoja: «Quisiera poder creer que hay otra vida tras la muerte», dice un verso. Quique retrata su nueva existencia, incompleta y dolorosa, repleta de pequeños signos que resaltan el hueco de Olga. Yo reconozco que acabé lagrimeando un par de veces la primera vez que escuché el disco, con cascos, de camino al curro: pero bueno, ¿quién no llora al ir a trabajar?
En esta ocasión, Quique y Roberto han ampliado su habitual austeridad instrumental (guitarra y mandolina) con el contrabajo de Oriol Aguilar y el violín de Jaime del Blanco, y el resultado es sobresaliente. A mí las canciones me suenan menos alcarreñas que en anteriores entregas y más americanas o incluso fronterizas o mexicanas, con unos arreglos que contribuyen al tono general de sentimiento sin impostura. Hay que escuchar el disco entero, pero he escogido como muestra Tenerte a mi lado y su reflejo de las rutinas de la pérdida : el retrato que duele, los planes imposibles, los puñetazos en el corazón… «Hoy en el colegio dibujaron la tristeza / y nuestra hija te ha pintado a ti».