Ya he dicho alguna vez (buffff, a lo mejor veinte o treinta) que a mí de Lagartija Nick me gusta todo: el rock tenso e hipervitaminado que se ha convertido en su marca de fábrica me vuelve loco, cómo no, pero también me apasionan sus exploraciones visionarias del flamenco, su fase casi suicida de metal industrial o los paseos espaciales del líder Antonio Arias. En los últimos tiempos, los Lagartija parecían conformes con ser un grupo de rock sin más, porque se habían centrado en la faceta más convencional (es un decir) y austera de su sonido y emprendían giras de revisión de viejos álbumes, y no seré yo quien se queje de eso que tanta felicidad me ha proporcionado, pero su nuevo disco supone un espléndido retorno a la inquietud y la ambición. Se titula Crimen, sabotaje y creación y se puede abordar desde un montón de ángulos interesantes. Es, para empezar, un homenaje al músico y periodista Jesús Arias, hermano mayor de Antonio que falleció a finales de 2015: Lagartija versionan aquí dos temas de su última banda, Qüasar. Es, también, el disco más explícitamente político de la banda granadina, aunque el asunto siempre haya estado presente en esas letras suyas que parecen bombardeos conceptuales. Es el reencuentro con el flamenco, a través de pasajes que remiten directamente al trance ruidista de aquel glorioso Omega junto a Enrique Morente. Y es, en fin, un repertorio diverso y sorprendente, en el que la formación original del grupo se ve enriquecida por el teclista J.J. Machuca, que también los acompaña en la foto de arriba.
Me he pasado todo el fin de semana embobado con el álbum. ¿Canciones destacadas? A mí me privan la acometida violenta y el brusco final de Agonía, agonía, uno de los temas de Qüasar, pero también esa Analema de arranque casi búlgaro y letra de astronomía emocional (y que de paso nos enseña vocabulario), el bajo obsesivo de La ira de noviembre o las inesperadas «sevillanas jornaleras» de Soy de otra Andalucía, una canción a la vez juguetona y social que rinde tributo al grupo Gente del Pueblo. Disfruto desde el primer guitarrazo de Mapa de Canadá hasta ese final a lo Laibach de la hermosa coda instrumental Adagio súbito. Y he dejado para el final la composición más compleja y fascinante del disco, La leyenda de los hermanos Quero, que repasa (con una letra narrativa, toda una anomalía en la poética lagartijera) la historia de la familia de maquis granadinos: arranca con una introducción flamenca del cantaor Juan Pinilla e incluye una grabación de otro cantaor, el difunto Víctor Charico, emparentado con los Quero. Su voz se vuelve escalofriante al final, cuando la envuelven en turbulencias roqueras a lo Omega, en un minuto embriagador que vale por discografías enteras.