Hay gente que no siente mucho entusiasmo hacia el concepto de one man band, por sus inevitables limitaciones y también por esa dimensión algo circense en directo, impactante al principio y un poco monótona al final. Lo sé porque a mí también me pasa, pero ese recelo (prejuicio, juicio, lo que sea) se puede aparcar sin problemas a la hora de afrontar el nuevo disco de King Cayman, el proyecto unipersonal y juanpalomero del madrileño Daniel Treviño. En vivo, el temible rey caimán adopta el reparto del trabajo habitual en estos hombres-banda, con las manos dedicadas a la guitarra, los pies concentrados en la mínima batería y la voz cantando como un animal herido. Pero, en este Death que es ya el cuarto álbum de su discografía, ha decidido prescindir de condicionantes y no se ha cortado en añadir las pistas de guitarra, voz y teclados que le hiciesen falta, como un Prince entregado a facturar “una bola de fuego de distorsión y de punk ruidoso en baja fidelidad”.
Y supongo que la idea de Prince no me ha salido por casualidad. En el disco, asombrosamente pegadizo, hay de todo: el sonido dominante es una especie de punk rock demente y maléfico, con guitarras que suenan como ciudades que se vienen abajo, pero también hay rock duro e incluso pop camuflado bajo esa distorsión asesina. Y por un montón de sitios asoma desvergonzada la música negra: especialmente, en este Black Lemonade & Golden Gloves de falsetos funkies y guitarras que explotan. Con lo que, en fin, he acabado escogiendo un tema que ni siquiera lleva batería, particularmente espartano dentro del concepto de monobanda, de manera que he logrado aparecer a la vez como prejuicioso e incoherente.
Ah, tienen a King Cayman el miércoles en el Satélite T, junto a Cecilia Payne, dentro del programa de Uni Sound Bilbao. No encontrarán mejor relación calidad-precio en toda la semana: vale, es gratis, y eso siempre ayuda en la ecuación, pero además el propio artista promete “un terremoto frenético de distorsión y sudor”.