Hace un par de días, Jane Weaver repasaba para The Quietus sus discos favoritos, una lista que se abría con Kate Bush e incluía a Hawkwind, Warda Al-Jazairia (francesa de origen argelino y afincada en Egipto), The Electric Prunes, el compositor checo Zdenek Liška, Ennio Morricone y Yoko Ono, por citar unos cuantos. Como la palabra eclecticismo suele sonar un poco antipática, digamos que la artista inglesa se caracteriza por una exquisita voracidad, que la lleva a explorar rincones de la historia de la música que se encuentran muy alejados unos de otros y que, a menudo, no se ven todo lo frecuentados que deberían. Su propia música es reflejo de esa actitud: ayer lanzó Modern Kosmology, su séptimo álbum, un nuevo manifiesto de pop psicodélico que bebe de todas esas fuentes y unas cuantas más, reconfigurándolas en piezas que logran sonar a la vez antiguas y extrañamente futuras.
Weaver consigue como pocos que el pop suene experimental sin dejar de ser pop, o que la vanguardia se preste a adoptar la forma de canciones pop aparentemente convencionales: en Modern Kosmology, igual que en su alucinante antecesor The Silver Globe (recuerden), hay krautrock (de hecho, el tema inicial es una lección de krautrock bien aprovechado, más allá de fórmulas y rutinas), hay mucha electrónica de aire primitivo, hay arreglos que pueden evocar a Gainsbourg y Vannier, hay borbotones de psicodelia astral, pero Jane Weaver logra domar a esas fieras tan propensas a desmandarse y las mantiene a raya en canciones seductoras que podrían ser para todos los públicos. Aunque estamos ya acabando mayo, creo que todavía no había dicho lo de «este disco va para la lista de fin de año». Pues bien, ya está en la saca.