Wolf People son un cuarteto británico que se mueve por ese terreno de fronteras imprecisas situado entre el folk y el rock progresivo, un cruce de estilos que lo mismo puede engendrar a Black Sabbath que acoger a la actual Shirley Collins. La nota de prensa de su nuevo álbum, Ruins, los describe como “espejos sonoros humanos que reciben señales de los fantasmas que descansan en el fértil suelo de Albión”, casi nada, pero es cierto que, más allá de la retórica preciosista, los cuatro barbudos de la foto son herederos de aquel britaniquísimo rock setentero que canalizaba el ancestral y persistente corazón pagano de las islas. Ellos mismos citan como influencia principal en este disco (y, de paso, nos ponen deberes) a los escoceses Iron Claw, “los pioneros perdidos del heavy metal”, cuyo legado se hibrida con la psicodelia escandinava, los primeros Fleetwood Mac o los contemporáneos Dungen.
Ruins es uno de esos discos con tema, por evitar el antipático término conceptual: sus canciones reflexionan sobre cómo sería el mundo si no tuviese que cargar con los seres humanos. Yo quería colgarles Kingfisher, la pieza central del álbum, inspirada por el vuelo de un martín pescador, pero no la encuentro en abierto por ningún sitio, así que he optado por el sencillo de presentación, este Night Witch que explora los recovecos más oscuros de la tradición inglesa. Donde Kingfisher es pastoral y preciosista, Night Witch apuesta por una caña desbordada de guitarras poseídas, y los dos extremos suenan impresionantes, como en una demostración convincente de todo lo que nos perdimos algunos cuando éramos más punks y detestábamos estas ensoñaciones de los primeros 70.