Me gusta mirar de vez en cuando qué discos cumplen 25 y 30 años, aunque esa curiosidad derive a menudo en dolorosa constatación de mi ancianidad, y fue en una de esas indagaciones cuando descubrí que Arc está a punto de alcanzar una edad bonita: el disco de Neil Young fue editado el 22 de octubre de 1991. Se me vinieron a la cabeza dos cosas: que era uno de los álbumes más curiosos de su producción, ya de por sí irregular y variopinta, y que yo jamás me había molestado en escucharlo. Solo lo conocía de leídas, porque en su momento me impresionó mucho que Young, entonces ya cuarentón y reconvertido en padrino del grunge, se llevase de teloneros a Sonic Youth y se dejase influir por ellos hasta el punto de editar un collage ruidista de fragmentos de sus conciertos con Crazy Horse. En Arc, complemento aventurado al directo Weld, el viejo zorro canadiense sacaba provecho de esas partes del directo que podrían considerarse simple aliño o incluso desperdicio, como afinaciones, acoples o finales de canciones.
Yo pensaba (de leídas, siempre de leídas) que Arc era una especie de Metal Machine Music, un fuck off chirriante y amorfo sin mucho que disfrutar más allá del ruido y la disonancia. Algunos de ustedes me dirán que les encanta ponerse el Metal Machine Music de Lou Reed a la hora del desayuno, pero creo que ya nos entendemos: el caso es que no, que descubro a estas alturas que Arc es una pieza musical meditada, sugerente y nada excesiva, una especie de suite que demanda del oyente cierta paciencia pero en ningún momento aspira a apabullarle. Contiene momentos de evidente belleza, sobre todo los versos ocasionales de Love And Only Love y Like A Hurricane que salpican la composición, e incluso, como apunta el ilustre fan Julian Cope, esconde un breve pasaje humorístico en el que la banda se abandona a un ritmillo juguetón y a continuación se oye a Young pedir perdón. El propio artista definió Arc como «new age metal» y lo comparó con la película Viaje alucinante, por la idea de que durante 35 minutos nos miniaturizamos y nos aventuramos en el interior de un gigantesco acorde. Entiéndanme, no se parece a ninguna otra cosa de Neil Young e incluso se puede discutir si es o no es rock, pero a mí me ha gustado mucho. Ah, si son suscriptores, pueden leer este reportajito que le dediqué la semana pasada en Musi-K.