Hoy salimos de viaje por una carretera soñada, entre espacios alucinantes y montañas que sangran rubíes, en un recorrido que puede ser geográfico, cósmico o existencial. Al volante van los dos componentes de Fasenuova, que nos transportan con su pulso hipnótico y sus borbotones de poesía hasta ese territorio tan peculiar que habitan desde hace ya muchos años, asentado en la tradición de la música industrial (y siempre ha tenido algo de metafísicamente correcto que un proyecto de este tipo opere desde el corazón de la Cuenca Minera asturiana) pero con un talento certero a la hora de conseguir envenenados ganchos pop. Carretera fluorescente sirve como segundo adelanto de Aullidos metálicos, un álbum con producción del mítico Óscar Mulero y hermosa portada biomecánica, en el que Roberto Lobo y Ernesto Avelino continúan una trayectoria personal e inmune a modas que echa raíces en su fascinación juvenil por Throbbing Gristle, Esplendor Geométrico o Whitehouse.
Estamos ante uno de esos temas en los que la idea de desplazamiento se amolda perfectamente a las bases obsesivas del techno y los repentinos fulgores electrónicos: las cajas de ritmos nos propulsan en un viaje que por fuerza se imagina nocturno, con el haz de los faros desvelando paisajes inquietantes y siluetas de apariencia monstruosa. “Con los pedazos de un sueño rescatado, intentamos recordar el otro, el imposible, el que hubo antes, del que tan solo quedan minúsculas sospechas, y nunca más volverá, porque está perdido para siempre”, comentan Fasenuova. Estamos ante una canción sin estribillo o, mejor dicho, una canción en la que todo es estribillo, con la monotonía de las farolas que pasan marcando el ritmo, y a mí me encantaría que nuestra ruta por la Carretera fluorescente durase mucho más, en plan Autobahn de veintitantos minutos.