No suelo esperar sorpresas de un grupo que lleva dos décadas de carrera, y menos aún si ese grupo son los japoneses Melt-Banana, de los que no esperé sorpresas nunca, más allá del tremendo pasmo inicial que produce su sonido. Melt-Banana siempre tuvieron la facultad de destacar en cualquier recopilatorio para los amiguetes, porque sus canciones eran frenéticas píldoras, brevísimas e hiperactivas, en las que ritmos y riffs se atropellaban por debajo de la voz punzante de la vocalista Yako. A mucha gente le producían un rechazo inmediato, visceral. A mí siempre me gustaron, pero en pequeñas dosis, porque diez minutos de Melt-Banana equivalían a tres álbumes completos de otra gente y te dejaban exhausto, con una necesidad física de escuchar canto gregoriano. «Alguna gente dice que son una banda de noise, alguna gente dice que son lo que se llama banda no-wave, alguna gente dice que son una banda hardcore, alguna gente dice que su música es como una montaña rusa en un parque de atracciones», enumeran en su página oficial, donde también aclaran (y es una puntualización muy necesaria) que sus letras son en inglés.

Y aquí estoy, alucinando con lo nuevo de Melt-Banana. Me los he reencontrado después de varios años sin escuchar sus lanzamientos y veo que han conseguido eso tan difícil de dar un paso de gigante sin renunciar a sus singulares ingredientes musicales. El álbum se titula Fetch e incluye doce temas en treinta y dos minutos: para otro grupo a lo mejor eso era un signo de concisión, pero en el caso de Melt-Banana viene a delatar que han hecho un disco progresivo, una tendencia que, según leo, ya iniciaron con el anterior. Han dejado que las canciones crezcan sin las prisas de antaño y les ha quedado un surtido variado, intenso y, sobre todo, enormemente disfrutable, que a la vez sigue sonando a ellos y conserva su alma trepidante. Candy Gun es el corte que abre el disco, aunque les advierto ya de que, si les ofenden las voces agudas, esto a lo mejor no está hecho para ustedes.