No es muy habitual que un artista versione un álbum entero de otro, pero existen bastantes precedentes: así, a bote pronto, me vienen a la cabeza Cápsula con el Ziggy Stardust de Bowie y Pussy Galore con el Exile On Main St. de los Stones. Es una tarea que tiene algo de conmovedor, porque los homenajes que se quedan en una canción suelen ser un aquí te pillo, aquí te mato que muchas veces demuestra más hambre de apoderarse de la obra ajena que verdadera admiración. Aunque, ahora que me doy cuenta, he puesto un ejemplo que contradice mi tesis, porque dice la leyenda que el grueso de Pussy Galore jamás habían escuchado el disco de los Stones hasta que se animaron a tocarlo, o como quiera llamarse aquel acto de demolición.
A lo que íbamos: en circunstancias habituales, versionar un álbum completo requiere una dedicación que va más allá del mero capricho. Kenny Feinstein, un músico de Oregón que lidera el grupo Water Tower (no, yo tampoco los conocía), se ha propuesto además dar su propia visión de uno de los álbumes más admirados de la historia, el Loveless de My Bloody Valentine, y hacerlo con una perspectiva radicalmente distinta a la original. Cuando se habla de My Bloody Valentine, siempre se acaba mencionando el volumen y las capas de guitarras en mutación, y no me puedo resistir a recoger una cita de la rara entrevista que su líder absoluto Kevin Shields concedió hace días al Guardian: «Si quieres escuchar música bajita, para eso están los tocadiscos –replicaba, cuestionado por la masa sónica de sus conciertos–. En 2008 tocábamos muy alto. Era una especie de experimento, algo que siempre habíamos querido hacer. Oí que alguna gente salía de aquellos conciertos con cara de haber presenciado un accidente de coche. Pero, en un mundo donde la blandura y la corrección son un factor dominante, hacer algo que suponga una experiencia real es positivo». Pues bien, Feinstein se ha propuesto rescatar la artesanía compositiva que late debajo de esa nebulosa eléctrica y ha interpretado Loveless en plan acústico, con guitarras, violines, chelos y ukeleles. Salen así a la luz las melodías lánguidas y hermosas que dan vida al monumento sonoro de My Bloody Valentine.