Siempre he tenido bastante manía a ese rollo de conmemorar los aniversarios redondos de los discos. Así que, como uno parece condenado a acabar haciendo lo que detesta, el otro día hablé del 25 aniversario de Blue Bell Knoll y hoy voy a recordar otro bonito cumpleaños (y, espántense, para el mes que viene me guardo otra doble celebración). El caso es que este mes ha cumplido 30 años Swordfishtrombones, el álbum en el que Tom Waits se animó por fin a volverse completamente loco y hacer la música que sonaba en el fondo de sus grutas cerebrales. No es que antes faltasen en su producción las canciones más o menos anormales, pero en Swordfishtrombones la cosa se desmadra gracias en buena medida a una instrumentación excéntrica, disparatada, muy alejada del clasicismo de piano y cuerdas. Es entretenido leer la lista de músicos y encontrarse con ese repertorio asombroso de marimbas y demás material de percusión, que brindan a algunas partes del disco su consistencia energúmena, aunque en otros pasajes Waits también demuestra su habilidad para exprimir melancolía de los vientos, los órganos, el piano y el contrabajo. Parece que a las discográficas no les convencía mucho la idea de que Waits se pasase definitivamente a las filas orates de Captain Beefheart, porque el álbum estuvo sin publicar durante más de un año.
Claro que todo eso, por muy estimulante que sea, no serviría de nada sin canciones, y en Swordfishtrombones Waits está sobrado. Es el disco de Underground, de In The Neighbourhood, de mi adorada miniatura Johnsburg, Illinois y de, ejem, una de las mejores canciones de la historia, Soldier’s Things, ese repaso a las posesiones de un soldado que se venden en mercadillo, desde sus manteles hasta su medalla al valor. Aquí no hacen falta tambores africanos ni enfoques heterodoxos. El vídeo lo hicieron dos espontáneos en 1989, con esa molesta introducción de sonidos de guerra, y parece que a Tom Waits le encantó.