No hay muchos grupos que cuenten con su propio museo, pero, desde luego, ABBA eran unos candidatos claros a ese honor: han mantenido una vigencia asombrosa a lo largo de las décadas, han sabido resistir la tentación de reunirse y afear su discografía –no como los Stooges, por ejemplo–, lucían una imagen digna de estudios antropológicos y siempre tuvieron algo de fascinante en su combinación de personalidades. Y, además, permiten dar forma a una exposición entretenida: sería un pecado que el Museo de ABBA, que se inaugurará el martes en Estocolmo, se quedase en un repaso erudito de discos de oro, piezas de sastrería y recortes de prensa, porque el cuarteto sueco siempre ha sido equivalente a diversión y evasión pop.
Parece que los suecos lo han hecho bastante bien, como tienen por costumbre. Aparte de todo lo esperable, hay propuestas originales como un escenario donde los visitantes pueden cantar éxitos de ABBA junto a los hologramas del grupo (lo tienen en la foto de arriba, de Jonathan Nackstrand para AFP), una pista de discoteca para ensayar los pasos de baile, un piano conectado al estudio de Benny Andersson que reproducirá lo que el buen hombre quiera tocar a lo largo del día o un teléfono del que solo tienen el número los cuatro miembros del grupo: se supone que, si suena de pronto y tienes la suerte de descolgarlo, estarás hablando con Agnetha, Benny, Bjorn, Anni-Frid o algún sueco que se haya equivocado al llamar a la pizzería. Eso sí, pese a los rumores de las últimas semanas, Bjorn Ulvaeus ya ha dejado claro que no vamos a ver a los cuatro juntos sobre un escenario: «Ya saben que nunca nos hemos reunido –declaró en la presentación– y aprovecho esta oportunidad para decir que ahora tampoco vamos a hacerlo».