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Escándalo en la sala de conciertos

Este domingo, según nos recuerda Alex Ross, se cumple un siglo de uno de los conciertos más escandalosos de la historia, hasta el punto de que, en eficiente alemán, se refieren a él como Skandalkonzert. En cuestión de broncas, las salas de conciertos de hace cien años eran un entorno bastante punk: se habían convertido en el escenario para la colisión, a veces violenta, entre los gustos conservadores de la mayor parte del público y las exploraciones vanguardistas de algunos compositores, como los miembros de la llamada Segunda Escuela Vienesa. Aquel 31 de marzo de 1913, en la Musikverein de la capital austriaca, el mismísimo Arnold Schoenberg (a quien tienen, con treinta y cinco años más que entonces, en la foto) dirigía un programa con piezas suyas, de un par de miembros de su círculo (Webern y Berg), de su profesor Zemlinsky y de su protector Mahler, aunque a esa última no llegaron.

Llaman la atención los adjetivos que empleaba el propio Schoenberg a la hora de explicar el concierto: «Las primeras tres piezas del programa son relativamente peligrosas. Webern es el más peligroso (…). Por eso es bueno que el público, mientras está fresco y tiene paciencia, trague primero a Webern, la píldora más amarga», escribió. Efectivamente, la cosa empezó a animarse ya con la obra de Webern y, cuando llegaron los lieder de Berg, degeneró en una monumental trifulca con gritos, silbidos, gente que subía al escenario, lanzamiento de objetos, destrucción de mobiliario e incluso puñetazos. El personal de la sala se sumó a la protesta e intentó sacar de allí a uno que aplaudía. La Policía acabó interrumpiendo el concierto, una de las peleas llegó a juicio y un asistente aseguró que el estruendo de la pelotera había sido la música más armoniosa de la velada.

La Musikverein ha programado para la semana que viene un programa idéntico: esperemos que esta vez puedan completarlo sin incidentes, aunque a lo mejor reproducir los altercados añadía encanto al reenactment. Pero no hace falta que viajen a Viena para escuchar una de las canciones de Alban Berg que tanto alteraron los ánimos, porque se la cuelgo aquí mismo, faltaría más. Y no quiero abucheos.

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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