En el repaso a los conciertos del mes, me olvidé por completo de Laetitia Sadier, que este viernes presenta en la Alhóndiga su último álbum, Silencio. La cantante francesa es conocida sobre todo por su papel al frente de Stereolab, uno de esos grupos a los que se dio en llamar post rock porque su fuerte personalidad y su receta heterodoxa no acababan de ajustarse a ningún género: siempre se habla de su pasión por la antigua cacharrería electrónica y por los ritmos motóricos del rock alemán, pero en realidad son mucho más imprevisibles de lo que apunta ese esquema simplón.
El caso es que la Alhóndiga parece un lugar ideal para interpretar un álbum llamado Silencio. Al fin y al cabo, hablamos de un oasis de penumbra, paz y cierto misterio en pleno centro de Bilbao, con ese plus de maravilla que le aporta su condición subacuática (aclararé a los forasteros que la piscina está arriba y tiene fondo transparente, de manera que desde el atrio se ven los pies y las siluetas de los bañistas). El disco, con ese título en castellano, tiene su origen en otro entorno de recogimiento que también nos resulta muy familiar: una iglesia de Zamora donde Laetitia «experimentó de forma consciente por primera vez el silencio verdadero». Lo explica, por ejemplo, en Interview: «Había cinco o diez personas conmigo en la iglesia. Y siempre había alguien que daba un paso o un pájaro que hacía ruido fuera. O alguna otra cosa, el viento o un avión. Siempre había algo. Entonces, llegó ese momento en el que, de verdad, no había nada. Un momento así, por supuesto, solo puede ser fugaz, pero duró lo suficiente para que lo sintiese». La experiencia, dice, le devolvió «el aspecto sagrado de la vida, pero no a través de la religión y las iglesias», y eso es lo que anima las canciones de su álbum, que presentará en formato de trío. A ver si la Alhóndiga, con su piscina irreal y su sol atrapado en una pantalla, le provoca alguna nueva iluminación.