Soy uno de esos que pasaron por el aro y empezaron a pagar los cinco euretes mensuales a Spotify cuando se restringió el servicio gratuito. Y estoy encantado, la verdad, aunque empiezo a darme cuenta de que está afectando a mis hábitos de escucha. Un servidor siempre ha sido un tipo de intereses dispersos: en general, prefiero probar cosas nuevas a repasar lo que ya me sé, y eso ha hecho que en mi colección de discos haya unos cuantos que en realidad no me gustan, porque me los compré de leídas. Eran tiempos en los que había que gastarse unas pelas (me refiero, jóvenes, a pesetas, una moneda antigua) para descubrir cómo diablos sonaban Can, o Fetish Park, o Universal Congress Of, o incluso Captain Beefheart. Los emepetreses simplificaron mucho la exploración de nuevos territorios. Quizá demasiado: uno escuchaba una canción, o media, y decidía que no quería seguir, con lo que seguramente habremos desechado discos que podrían habernos entusiasmado al cabo de cuatro o cinco reproducciones.
Con Spotify estoy llevando mi vicio al máximo por culpa de la pestañita de ‘artistas relacionados’, que me lleva a saltar como un caballo de ajedrez. Uno se da cuenta de cuánta música queda fuera de su radar y, claro, pincha en alguno, y lo que empezó en terreno más o menos conocido con Funeral Mist puede llevar por una senda que pasa por Ofermod, Kaamos, The Ruins Of Beverast, Arkhon Infaustus, Urgehal, Gjenferdsel, Barbaros y The Demons Of Satanica, que seguramente serán grupos prestigiosos en su tenebroso estilo pero para mí resultan misteriosísimos. Y me fascina tener acceso a todos, a la vez que existe el mismo problema que cuando compraba discos por referencias ajenas: algunas tardes, me doy cuenta de que me he tirado un par de horas escuchando algo que, en realidad, me trae sin cuidado.
Les dejo con Gjenferdsel, uno de esos grupos de black metal que suenan muy bien (si te gusta el género, claro) pero a lo mejor quedan un poco ridículos cuando se les ve a la luz del día.