No sé si estarán ustedes muy puestos en vocaloids, porque es uno de esos temas que para unas personas son tan normales como el pan y para otras, bueno, constituyen colosales marcianadas. Ayer, en mi trabajo de verdad, me tocó escribir una piecita sobre Hatsune Miku, estrella del pop japonés que, por decirlo rápido, no existe: en los conciertos, donde se congregan miles de fans, Miku es un holograma que canta respaldado por una banda de verdad. Yo eso ya lo sabía, porque había visto algún vídeo en esos desagües del tiempo libre que hay por Internet, pero, con mi mentalidad del siglo XX, me imaginaba que Miku era simplemente la imagen pública de alguna oscura célula de productores y músicos mercenarios, como unos Gorillaz de la gran factoría pop japonesa. Ah, viejo de mí: en rigor, las canciones de Miku no las canta nadie, porque se trata de uno de los muchos avatares creados para el software Vocaloid, un programa que canta las partituras y las letras que se le introducen. Para desarrollarlo han usado la voz original de una actriz de doblaje, pero lo que canta es la máquina.
Los usuarios que compran el programa pueden crear sus propios temas con la voz de Miku, a partir de composiciones propias o ajenas. En YouTube los hay a miles, pero lo más llamativo, sin duda, son los conciertos, con una masa enfervorizada ante un holograma de estilo manga. A mí la cosa me da mucho miedo por sus evidentes implicaciones: si, en vez de usar como fuente de voz a la actriz de doblaje, nos basamos en registros de Michael Jackson, de Lady Gaga o de la últimamente ubicua Katy Perry, podremos perpetuarlos más allá de la muerte. Siempre habrá nuevas grabaciones en las que el software cante con sus voces, y conciertos holográficos en los que se les verá más jóvenes que cuando eran jóvenes, y a mucha gente le encantará esa nueva música popular, aún más cercana que la de ahora al parque temático. Con ustedes, Hatsune Miku.