Hay una universidad estadounidense que todos los cursos publica un documento para recordar cómo ven el mundo los estudiantes que empiezan la carrera ese año. Porque, a menudo, no nos damos cuenta de que nuestras referencias culturales pueden no significar nada para alguien diez o veinte años más joven: el otro día estábamos hablando en el periódico de Fernando Esteso y La Ramona y las compañeras más jóvenes nos miraban con signos de interrogación en las pupilas. Pues bien: el último informe de la universidad en cuestión recuerda al mundo que, para los jóvenes que ahora andan por los 18, Nirvana es un grupo que siempre ha sonado en las emisoras nostálgicas. Puro material oldie. Esto, sin duda, dará escalofríos a quienes vivieron en su día la fiebre Cobain, pero imaginen cómo nos deja a quienes ya estábamos mayores cuando el grunge.
Otro signo evidente del paso del tiempo es que Frances Bean, la hija de Kurt Cobain y Courtney Love, que era un bebé cuando su padre se voló la cabeza, acaba de cumplir los 18, se ha emancipado de la custodia de su abuela paterna y ha heredado una presunta millonada. Sí, esa que ven en la foto es la chica con nombre de alubia. Su madre, con la coherencia y el equilibrio de que suele hacer gala, ha celebrado el cumpleaños con una tremebunda mezcla de efusiones y lloriqueos. «Vive sola en una mansión -ha dicho de su hija-, una chica de 17 años con 40.000 dólares al mes me parece algo escandaloso, eso encima de que le pagan la casa. Es un montón de dinero para una persona normal». Courtney considera que ese pastizal es «suficiente para matarla» y alerta del riesgo de que «se vaya antes de cumplir los 22». Algunos medios, por cierto, han contado que Frances Bean se ha mudado a París para vivir con Marianne Faithfull, a la que considera «su abuela bohemia», y que allí seguirá dedicándose a sus cosas de artista. Es un consuelo, porque demuestra que sí es posible el entendimiento entre generaciones muy distantes, incluso se puede acabar cantando a dúo La Ramona o Smells Like Teen Spirit. Como decía mi abuelo, son «toques viejos, pero bonitos».