El martes se cumplieron 50 años del día en que la música murió. La frasecita de marras me da mucha rabia, pero así se refirió Don McLean en su canción American Pie a la jornada del 3 de febrero de 1959, y la expresión ha tenido mucha más fortuna de la merecida y se ha vuelto inevitable al hablar de esa fecha. Ya saben la historia: una avioneta se estrelló en un maizal y murieron el piloto y los tres pasajeros, los músicos Buddy Holly (22 años), Ritchie Valens (17 años) y J.P. The Big Bopper Richardson (28 años).
El caso es que todos sabemos quién fue Buddy Holly y, más o menos, tenemos fichado a Ritchie Valens, aunque sólo sea por La Bamba, pero creo que a Big Bopper sólo le conocen ya los fanáticos del rock de los 50. Y yo no lo soy, así que aprendamos juntos de la Wikipedia: Richardson era de Texas, tomó su apodo de un baile popular entre los estudiantes –el bop, claro– y tenía un programa de radio con el que batió el récord de emisión más larga, al tirarse en el aire cinco días, dos horas y ocho minutos de manera más o menos ininterrumpida. Parece que fue él, por cierto, quién acuñó el término vídeo musical. Como intérprete, su mayor éxito fue nuestra canción de esta semana, Chantilly Lace, composición propia que años más tarde sería versionada por Jerry Lee Lewis. En la letra, un hombre repasa las cosas que le atraen de su chica: “Encaje de Chantilly y una cara bonita / y una coleta que cuelga. / Ese contoneo al andar y esa risita al hablar / hacen girar el mundo”.
Ah, Big Bopper está de relativa actualidad porque su familia ha decidido subastar su féretro en eBay, supongo que para aprovechar el cincuentenario del día en que la música ya saben. Por lo menos, antes de venderlo han movido el cuerpo a otro sitio. Y, de paso, le hicieron la autopsia, porque el hallazgo de la pistola de Buddy Holly entre los restos de la avioneta sugería la posibilidad de que a la música la hubiesen matado de un tiro.