Los ingleses son gente muy navideña, capaz de pasarse días enteros cocinando puddings para las fiestas. De sus mil tradiciones para estas fechas, una de las más entretenidas es el número uno de Navidad, es decir, la canción que encabeza la lista de ventas el 25 de diciembre. Parece una tontería, o lo es, pero se le da mucha importancia y ha dado lugar a tradiciones derivadas, como el retorno periódico a los hit parades del clásico de los Pogues Fairytale Of New York, que nunca se ha alzado con el triunfo: en 1987, año de su edición, se quedó en el número 2 por culpa del Always On My Mind de Pet Shop Boys, y en 2005 volvió a rozar esta peculiar gloria al alcanzar el número 3.
Este año, se anuncia una batalla encarnizada entre Hallelujah y Hallelujah. Sí, el imponente Hallelujah de Leonard Cohen, aunque parece que la versión original de la canción pinta poco en este asunto. En un principio, la única favorita para encabezar las listas era Hallelujah en voz de Alexandra Burke, ganadora del Factor X británico de este año. Pero resulta que su interpretación ha indignado a los puristas de esta canción, una peña muy sensible que se ha alzado con celo religioso en defensa de la ortodoxia: a través de Facebook y otras redes, sólo les ha faltado pasar de los aleluyas a pedir la lapidación de la hereje, y han promovido una descarga legal masiva de la versión que hizo Jeff Buckley para ver si consiguen ponerla por delante en las listas. Y ojo, que ya han llegado al número 3.
Como muy bien apunta este artículo del Times, el gran beneficiario de esto es Cohen, sobre el que estará cayendo un hermoso confeti de royalties. “Probablemente –puntualiza el periodista– se lo merece: su anterior mánager se apropió presuntamente de diez millones de dólares del fondo de pensiones de Cohen. Y él no sólo agonizó durante dos años, según ha dicho, antes de completar finalmente la canción en 1984, sino que además escribió 80 versos”. La versión de Alexandra Burke, que les pego abajo, no contiene los 80 (la de Buckley, por cierto, tampoco), pero a mí me parece una cosa decente, por lo menos hasta los dos minutos y medio, cuando se desata la obsesión de los concursos televisivos por el griterío y el estruendo campanudo. Claro que a mí denme al lúgubre Cohen y no a Burke, ni a Buckley, ni a Dylan, ni a Bongiovi, ni a Cale, ni a ninguno de los cientos de versionadores de esta canción que siempre obliga a escuchar en reverente silencio.