Ya saben que Amaia Montero se va por un lado y el resto de La Oreja de Van Gogh, por otro, en una escisión casi tan comentada como la de los duques de Lugo, pese a que buena parte de la población ve ambas separaciones como hechos absolutamente carentes de interés. Voy a decir algo que me llevará de cabeza a las listas negras de los temibles cruzados del rock, pero a mí el éxito arrollador de la banda guipuzcoana me parecía logiquísimo, porque tenían canciones irresistibles -sus estribillos se sitúan a años luz de la mayoría de sus competidores inmediatos, ya verán cuando algún grupo de metal gótico se atreva a versionar Muñeca de trapo– y una buena vocalista, que son dos ingredientes fundamentales para vender muchos discos en su terreno. Las letras sonrojaban un poco, eso es cierto, y la actitud buenrollista y… estooo… pija ahuyentaba a mucha gente con la eficacia del mejor repelente químico, pero me temo que esas cosas son secundarias en un mercado acrítico que aúpa a tipos como Melendi, ese campeón de la solidaridad.
Pero lo interesante llega ahora: ¿quién triunfará más, la Amaia desorejada o La Oreja amputada? ¿Cuál era el factor más importante en su éxito, la voz y la presencia o las canciones? Les animo a opinar sobre este tema apasionante, que sin duda ocupa ahora mismo buena parte de sus pensamientos, aunque no me resisto a recordar un lejano precedente: cuando Vicky Larraz dejó Olé Olé -en la era del tecnopop y, para muchos de ustedes, de los australopitecos-, muchos habríamos votado por ella y no por el grupo. Y, sin embargo, no soy capaz de citar más canciones de Larraz en solitario que Bravo samurái y la versión de Stop In The Name Of Love, mientras que todos sabemos quién ocupó su puesto. Ah, la foto de arriba es de Ignacio Pérez y de 1998. Ilustró la primera crónica importante sobre el grupo que apareció en la prensa, un artículo bastante tremendo de Cubillo titulado La gran apuesta. ¿Y ahora, por quién apuestan ustedes?