Las filtraciones a Internet de los lanzamientos discográficos conducen a situaciones pintorescas. Ahí tenemos, por ejemplo, La radiolina, el nuevo álbum de Manu Chao, que no sale hasta el lunes pero lleva ya bastantes días en los P2P y colgado en distintos sitios de la red. ¿Qué pasa con él? ¿Se puede comentar o no? ¿Decir que te gusta, por ejemplo, Politik Kills equivale a una confesión pública de piratería? Y, sinceramente, ¿alguien en sus cabales puede esperar que un fan no se lo descargue por escrúpulos éticos? ¿A la gente que exige eso le gusta la música?
En fin, tiremos de condicional: si hubiese escuchado La radiolina, me habría gustado mucho más de lo esperado. Ya saben que Chao se impregna de música popular de distintos continentes, pero en el núcleo de esa esponja estilística late un corazón punk, y eso siempre mitiga los riesgos de misticismo, buenrollismo y turismo de saqueo que suelen pesar sobre estos apátridas culturales. A mí, con todo lo refractario que soy a estas cosas, el álbum me resulta -estoooo, me resultaría- tremendamente adictivo, igual que me pasó ya con Clandestino. Siempre digo lo mismo, pero lo peor de Chao es su legión de imitadores perroflautistas.