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¡Qué normal soy!

¡Qué normal soy! Me he acabado por fin Lords Of Chaos, el libro que repasa la historia criminal y musical del black metal noruego de comienzos de los noventa, y la sucesión de atrocidades y memeces ideológicas me ha hecho sentirme gratamente convencional. No dudo de que muchos de ustedes lo saben todo sobre Mayhem, Burzum y Emperor, pero habrá que resumir de qué hablamos para quienes ignoren el culebrón, como lo define acertadamente el lector RitxiKop. He aquí los tres ejes del mal:

1. Mayhem, que luego firmarían el clásico De Mysteriis Dom Sathanas, tenían un vocalista que se hacía llamar Dead, un tío coherente que se voló la tapa de los sesos. Cuenta la leyenda que su compañero Euronymous (bueno, en realidad lo contaba el propio Euronymous) descubrió el cadáver y fue corriendo a comprar una cámara de usar y tirar para sacarle unas fotos. Después, se quedó unos trocitos de cráneo para fabricar colgantes y un poquito de materia gris para… ejem… comérsela.

2. Un tipo llamado Varg Vikernes (sus padres tuvieron el mal gusto de ponerle el nombre más inadecuado para un satánico, Kristian, pero se lo cambió) también había tocado en Mayhem, es Burzum y pasa por iniciador de la moda de quemar iglesias, que ha reducido a cenizas decenas de templos noruegos e incluso se ha extendido a otros países. Ah, también mató a cuchilladas a su antiguo amigo Euronymous. Es el protagonista central del libro, debido a una notoria empanada mental que le llevó del satanismo adolescente a reivindicar la religión pagana de su tierra (prendía fuego a las iglesias para que la sociedad se acercase a Odín) y a fantasías nazis donde el pueblo ario es una creación extraterrestre. Está en la cárcel, pero desde allí pone a parir el volumen en cuestión.

3. Bård Eithun, batería de Emperor más conocido como Faust, volvía del pub cuando le dirigió la palabra un homosexual. Y, con el sentido de la proporción típico en esta gente, le apuñaló catorce veces hasta matarlo. Aparte, ha quemado sus cositas, aunque eso también lo hacían sus compañeros de grupo, así que no es muy reseñable.

Pero lo realmente curioso es que no hablamos de bandas menores, intrascendentes por otra cosa que no sean sus barbaridades, sino de artistas que crearon una obra -discutiblemente- fascinante y dieron forma a un género. Hombre, no creo que a César Coca le guste Dunkelheit, ni sé si me haría gracia que mis hijos profundizasen en Burzum a una edad impresionable, pero creo que la atracción que ejerce su música es independiente de sus actos y sus ideas. Aunque, de una manera peligrosa, te pueda llevar a ellas.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


abril 2007
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