El Washington Post publicó ayer un reportaje genial (yo lo he descubierto gracias a Fogonazos) que cuestiona la sensibilidad del ciudadano moderno ante la belleza, o incluso ante la Belleza. Vale, la tesis impone un poco, pero les prometo que el desarrollo resulta mucho más divertido: en esencia, han puesto a un violinista de élite a tocar en el metro en hora punta, para comprobar cuánta gente se detenía a escuchar y cuánto dinerín le dejaban en la funda. La estrella mendicante ha sido Joshua Bell, al que conocerán si son aficionados a la música culta (la frase tiene truco, porque no les ocultaré que yo no lo conocía), que se puso unos vaqueros y una gorra de béisbol, se plantó en una céntrica estación de Washington DC con su stradivarius de 1713 e interpretó seis piezas. En el transcurso de la actuación pasaron por allí 1.097 personas, la mayoría de camino a su puesto de trabajo en el Gobierno federal, y sólo se pararon a escuchar dos: John Picarello, que supo apreciar que se trataba de un violinista «soberbio», y Stacy Furukawa, que identificó al músico porque había asistido a un concierto suyo tres semanas antes. Ah, cuenten también a un trabajador de Au Bon Croissant, que asomaba la cabeza de vez en cuando para ver quién hacía ese ruido maravilloso: «Este hombre estaba sintiendo la música», elogió el cruasanero melómano. La recaudación ascendió a 32 dólares, porque los periodistas no suman los 20 que le dejó Furukawa movida por el reconocimiento. «No está tan mal. Son 40 pavos a la hora. Podría vivir bien haciendo esto y no tendría que pagar a un agente», valoró un optimista Bell.
Está claro que, a muchos, los afanes cotidianos no les (nos) dejan tiempo para disfrutar de lo bueno, ni siquiera para darse (darnos) cuenta de que existe. Pero, como no puedo evitar una carga de negatividad obcecada, me encantaría saber qué porcentaje de esos burócratas se declara apasionado de la música clásica, pone cara de extremo disfrute cuando asiste a un concierto recomendado e incluso se permite alabar la excepcional técnica del intérprete. ¿Ustedes creen que se habrían parado, por cierto?