Según he descubierto hace diez minutos, los pioneros que manejaban los primeros ordenadores solían utilizar el sonido para comprobar que el mecanismo funcionaba correctamente. No esperen una explicación técnica, pero el asunto es que conectaban un altavoz al sistema y lo oían trabajar: en tanto la cosa iba bien, se escuchaba una sucesión de ruiditos de distintas frecuencias, mientras que una nota continua significaba que la computadora se había bloqueado. En realidad, esto no tiene mucho que ver con lo que les iba a contar, pero supongo que en aquel truco están los primeros balbuceos de la música por ordenador. Y ahora, a lo que iba: en 1964, llegó a Islandia el IBM 1401, último grito de la técnica de aquel entonces, y el ingeniero encargado de su mantenimiento, el músico aficionado Jóhann Gunnarsson, concibió una manera de aprovechar artísticamente las ondas electromagnéticas que emitía al funcionar. Programaba la máquina, en lo que vendría a ser la fase compositiva, y colocaba al lado un receptor de radio, que captaba melodías de consistencia casi fantasmal.
Cuarenta años después, el hijo de aquel ingeniero se ha convertido en uno de los principales músicos de la isla, Jóhann Jóhannsson, cuyo disco ‘Englabörn’ les recomendé hace poquito. Y, claro, ha desempolvado las arcaicas cintas de su padre y se ha organizado un álbum llamado ‘IBM 1401, a User’s Manual’, que sale dentro de diez días en el sello 4AD y tiene pinta de ser una cosa serena y más relajante que los Enigma del compañero Arrieta. No se dejen engañar por los movimientos espasmódicos que hace una tal Erna Ómarsdottir (me encantan estos nombres) en el ballet basado en la obra.