A mí el spam me pasma, de verdad. En mi cuenta de correo electrónico más antigua y desprotegida, me esperaban a la vuelta de las vacaciones 117 mensajes basura. En este caso, ni siquiera suponen una molestia, porque la única cosa interesante que recibo en esa dirección son los boletines mensuales de Geometrik Records y eso simplifica mucho la limpieza, pero no puedo dejar de sorprenderme ante una actividad comercial tan intensa y tan inútil. ¿Alguien compra esas misteriosas réplicas de relojes, pincha el enlace de los casinos online, hace un pedido al por mayor de sucedáneos de viagra o, lo que es más grave, confía en los spammers para alargar su pene? ¿Alguien se molesta en abrir alguno de estos mensajes para toparse con frases como (les prometo que es auténtica, del 30 de junio) “estoy dispuesta a suicidarme y comerme a mi perro si los precios de las medicinas en esta página son malos”? Sí, sí, ya sé que esta última pregunta se responde a sí misma, porque yo me he leído el mail enterito, pero me movía una inquietud científica, como la de Gámez cuando se sienta frotándose las manos para ver Cuarto Milenio.
Eso sí, me entusiasman los nombres de los remitentes, fantasiosos personajes de novela: en esta copiosa remesa me han escrito Pearlie Dumas, Lynette Yang, Tabitha Hughes, Romeo Castro, Ochoa Branden, Odessa Méndez y Marquita Bingham, además de un pequeña brigada pornográfica de chicas sin apellido y con mucho exotismo en los nombres. Claro que, si entramos en el pantanoso territorio del sexo online, lo que más me anonada de un tiempo a esta parte son los anuncios personalizados de Passion.com, una página de relaciones -con erre- “para solteros apasionados”. Está uno navegando tranquilamente y le aparecen las imágenes de varias chicas en actitud invitadora con pies de foto que las sitúan en Arceniega, El Regato o Fika, lugares que están aquí al lado pero, en ese contexto, suenan más exóticos que Zanzíbar o Samarkanda. Y, seguramente, igual de veraces.