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Música ratonera

A los 15 años, mi madre solía decirme que mis grupos favoritos no me iban a gustar cuando tuviese 30. Las mujeres españolas no suelen darse cuenta del abismo que la Transición abrió entre ellas y sus hijos, y supongo que la mía me imaginaba entrando en razón, dejando la «música ratonera» -así la llama- y escuchando a Los Panchos. Se equivocaba, porque ha ocurrido lo contrario: no sólo mantengo la afición, sino que han acabado gustándome muchas músicas que entonces casi no conocía y que, cuando voy por casa, espantan todavía más a la familia. Quizá la más llamativa sea el rock setentero, que en aquellos tiempos me daba bastante repelús y ahora me entusiasma.

El punto de transición fue el primer álbum de Black Sabbath, un conglomerado de folk y electricidad oscura que me abrió una senda apasionante cuando lo descubrí, diecinueve años después de su edición. Últimamente, ese itinerario pasa por los territorios de dos grupos japoneses: la Flower Travellin’ Band y Boris. Los primeros son contemporáneos de aquellos primeros Black Sabbath y llegaron a versionarlos en su álbum de debut, pero con el segundo dieron un paso de gigante y se convirtieron en referencia por derecho propio. El disco se titula ‘Satori’ (la súbita iluminación del budismo), se compone de cinco temas sin título (aquí tienen el primero) y maravillará a todo aficionado a la psicodelia protoheavy, con guitarras muy eléctricas, canciones muy largas y voces muy agudas. Boris, en cambio, son de ahora mismo y hacen colisionar el rock pesado y la experimentación noise, con la peculiaridad de que esa guitarra monstruosa… ¡la toca una chica, la de la foto! Quizá parezco un antiguo por subrayarlo, pero ¿a cuántas mujeres conocen que hagan este ruido? Mi madre todavía no se lo cree.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


febrero 2006
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