Bien sabido es que cuando aparece un tercero en discordia, la vida sexual cambia, ¡qué decimos! ¡Desaparece! Durante algún mes, nosotras estamos fuera de combate, generalmente cansadas, sangrando, recuperándonos de la aventura del embarazo y parto, lactando al infante, con la prolactina por las nubes y el deseo por el suelo…y como se supone estamos de vacances… haciendo la casa, la comida, no durmiendo…¡vamos, hechas polvo y no para echar un polvo! Si la pareja entiende, esta época pasa con cariño y apoyo, sino…¡sálvese quien pueda!
Pero todo pasa y esto también. Los peques siguen creciendo…y como la serie de televisión titulaba “Los problemas crecen”: empiezan a andar, empiezan a saber abrir las puertas… La intimidad desaparece y aparece el “miedo” a que nos oigan, a que nos vean, a que nos pregunten qué hacemos, a que lo cuenten… jajaja, si, a eso último también.
Pero siguen y siguen creciendo. Ahora ya te lo dicen en alto:”¡Joe!, os oigo a las noches, qué asco! Asco, por hacer lo que probablemente ellos ya hagan también… pero tú, tú eres su madre o su padre… puros y castos, a ellos les tuvimos… no sabemos cómo, ¿nos sentamos en un baño y estaba el semen esperando? Así pues esperas el momento de que salga de casa, se vaya con sus coleguitas… y si hay suerte y ganas… por fin… estamos solos en casa. A veces, hasta les damos dinero extra a la paga, que ya se han fundido, para que vayan a cenar una hamburguesa o al cine, necesitamos un rato a solas. La familia, a veces, se carga la pareja En estas edades ya ni siquiera nos sirve el dejarlos con los aitites, no se van de su hotel, ¡ay!, que nos hemos equivocado…, de su habitación queríamos decir, con ordenador, equipo de música, …
Pero sigamos un poco más allá. Resulta que nos divorciamos o desgraciadamente enviudamos. Y como la vida no acaba, porque no lo hace, aunque al principio pueda parecerlo, aparece una nueva pareja en nuestra vida, si es que queremos y lo permitimos claro, y aquí vuelven a aparecer nuevos problemas. No quieren que nuestras nuevas parejas vengan a casa, pero ellos traen a tos sus ligues y amigos, no quieren que duerman en casa, no quieren oírnos, vernos,… nos hacen sentirnos incómodos en nuestra casa, como que hacemos algo malo… y, ¿qué hacemos? ¿Pagamos un hotelito? Bueno, un fin de semana fuera de casa… no está mal, nos decimos, pero claro…la economía no da para más de uno. ¿Recreamos la adolescencia y juventud en el coche?… En fin…
Pero siguen creciendo, se independizan … ¡por fin! Ya está, volvemos a ser los reyes de nuestra casa… ¡y qué poco dura! Ahora cuidamos a sus hijos, nuestros nietos, a los que queremos con toda el alma y los que vuelven a ocupar nuestro espacio, tiempo, energía e intimidad, y eso sin olvidar que nuestros hijos vienen a comer a casa, porque les pilla mejor.
Moraleja: no permitas que nadie te haga sentir que no estás en tu casa. Desde el primer día déjalo claro. Están, en tu casa.